Pon 350 g de harina en un cuenco amplio. Añade la sal y remueve con una cuchara de madera hasta que los dos ingredientes queden bien mezclados. Calienta ligeramente 250 ml de agua y viértela, poco a poco, sobre la harina mientras vas removiendo con una espátula para que todo quede bien integrado. Vuelve a remover unos minutos más, hasta que obtengas una masa homogénea. Ponla sobre una superficie enharinada y trabájala, amasándola con las manos. Diluye la levadura en 50 ml de agua. Haz un hueco en el centro de la masa y vierte la levadura diluída dentro, junto con el aceite. Vuelve a amasar durante 5 minutos, hasta conseguir una masa esponjosa. Forma una bola con la masa. Tápala con un paño de cocina húmedo y déjala fermentar durante 1 hora como mínimo, hasta que haya doblado su volumen. Espolvorea la superficie de trabajo con harina y coloca la masa encima. Córtala en dos partes y estíralas con un rodillo enharinado hasta darles la forma y el grosor que quieras para tu pizza.