Le hicieron el vacío. Lo ningunearon. A Juan Carlos, el emérito, en la recepción del Palacio de Buckingham del domingo 18 por la tarde. Él se había empeñado en asistir al funeral de su parienta lejanísima, al que había sido invitado ante la sorpresa de la prensa británica: “El deshonrado rey desafía a su gobierno y a su hijo”, decía el Daily Mail mientras The Times fingía horrorizarse: “¡Los pelos de punta ante esta invitación!”. Quizás los ingleses pensaban que daría una excusa para no asistir, pero se equivocaban, porque allí estaba Juan Carlos, contra viento y marea, echándole un pulso a Felipe y a una institución que se aguanta de forma precaria. Quería romper el cordón sanitario que se ha establecido a su alrededor desde que se hicieron públicas las tropelías que ha cometido y demostrar a España y a su hijo (y su nuera) que él, como la ranchera mexicana, sigue siendo el rey. Pero la jugada no le salió como esperaba.

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