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Veo a Bibiana en lo de Bertín. A Osborne le pasa una cosa curiosa: se mimetiza con el nivel intelectual de los invitados. Así que con personajes como Bibiana, se crece. Nos ofrece una de sus mejores versiones. Sale ganando. Aunque ese crecimiento tenga que ver con mayor discreción durante la entrevista, menos presencia. Yo me entiendo. Bertín gana cuando menos se muestra. Le favorece la contención. A Bibiana, sin embargo, le sucede lo contrario. Está inmensa cuando habla sin temor ni cortedad. La sigo desde tiempos inmemoriales. Como muchísmos otros gays, porque Fernández tiene gran predicamento entre los de mi colectivo. Cuando era más jovencito ya me enganchaba el discurso amoroso-sentimental de Bibiana. Me identificaba con él: regodeo en el sufrimiento, manía de llevar todo lo emocional al extremo, ganas de quebrarse e incluso maltratarse por un tío, felicidad por la desdicha. Con los años, la dialéctica de la diva ha cambiado y yo con ella. Habla del pasado con pasión pero con distanciamiento, incluso con ironía. La veía en lo de Bertín tan sabia, tan elegante, tan medida, tan inteligente, que se me antojaba una intelectual francesa de la época del mayo del 68. Bibiana Fernández es ejemplar en muchos aspectos. El que más me interesa: hacer poesía de un pasado hostil, desagradable, inhóspito, poco dado a ensoñaciones idílicas. Resulta maravilloso escucharla hablar de su vida en Tánger pero también de aquellos setenta a los que no quiere volver porque considera que ya ha pagado ese peaje. Legítima reivindicación de una mujer que forma parte de la historia más costumbrista de nuestro país. Bibiana Fernández es lo más parecido a Camus que nos queda en España. Que nos dure.