“Daniel Sancho, una semana más cerca de la pena de muerte”, por Joaquín Campos, experto desplazado a Tailandia

Cada semana, Joaquín Campos, periodista experto en sucesos desplazado a Tailandia, realiza una crónica del juicio de Daniel Sancho para Lecturas; un relato de primera mano de todo lo que ocurre en Koh Samui por el especialista que mejor conoce casos como el de Sancho o Artur Segarra

Rodolfo Sancho
Gtres
Joaquin Campos
Joaquín Campos

Periodista expertos en sucesos. Koh Samui (Tailandia)

La primera semana del juicio contra Daniel Sancho ha permitido corroborar la táctica del acusado, por medio de sus abogados, en donde en la antípoda de reconocer los hechos que en su día sí confirmó como reales, ha decidido enfrentarse en algunas ocasiones a los testigos siendo recriminado alguna vez por el juez, que como sí permite la ley tailandesa, le ha dejado realizar algunas preguntas a los testigos -algo a lo que en España no se está acostumbrado-. En algunas ocasiones, según las fuentes consultadas, el juez le recriminara su tono, un tanto hostil y chulesco.

En esta primera semana de vistas, acortada por la festividad tailandesa del Songkran –Año Nuevo tailandés que se acaba de iniciar y que según el calendario budista alcanza año 2567–, el ministerio fiscal le presentó a Sancho los tres cargos por los que se le acusa que son: asesinato con premeditación, ocultación del cadáver y destrucción de documentación ajena. Cuando tras esta formalidad fueron desfilando media docena de testigos: comenzando por la birmana que en el vertedero encontró las dos primeras partes del cuerpo de Edwin Arrieta, la señora que le vendió la canoa de manera forzada tras Sancho entregarle de mil dólares en efectivo, las dos mujeres que en diferentes supermercados y almacenes de la isla de Phangan les vendieron los cuchillos, los dos dueños de los hoteles donde Sancho a solas o acompañado por Edwin se alojó, además del señor que le alquiló la motocicleta. Los últimos en declarar fueron los policías jefes de la comisaría central de Surat Thani –que dirigen la investigación–, capital provincial a la que pertenecen las islas de Koh Phangan, donde sucedieron los hechos, y Koh Samui, donde se juzga el caso y está preso Sancho.

Una prueba que ha pasado casi inadvertida

De entre todas las pruebas que incriminan al hijo de Rodolfo Sancho y Silvia Bronchalo destaca una que casi ha pasado inadvertida: la adquisición entre los cuchillos que pudieron formar parte de la fechoría de uno inmenso e industrial, tipo sierra que, en toda la historia de la hostelería, jamás se ha utilizado en restaurante alguno. Además de que no está permitido por los estándares más saludables de calidad, que no aceptan el menaje como parte de los utensilios a utilizar con la comida. Carmen Balfagón, abogada y representante de la familia, en un intento por defender al acusado, trató de explicar que Daniel compró esa sierra para cortar cocos, cuando en Tailandia, y en cualquier país donde ese fruto se consume, se utiliza para poder sacar su agua con un cuchillo tipo machete que nada tiene que ver con el que Daniel adquirió justo antes de la llegada a la isla de su compañero Edwin Arrieta.

Además, también por parte de sus abogados se intenta justificar el viaje de Sancho a Tailandia aduciendo que en realidad iba a hacer yoga, Muay Thai –deporte nacional– y, sobre todo, a cocinar y a grabar vídeos de cocina, cuando hasta su detención el canal de YouTube del nieto de Sancho Gracia no llegaba a la cantidad de medio millar de seguidores –hoy supera los 400.000–. Según fuentes consultadas la vida laboral de Daniel Sancho es muy escasa, a sumar que personas cercanas a él lo consideran, a lo sumo, un aficionado a la cocina. 

Lo que está quedando claro es que tratar este caso como si en vez de en Tailandia se estuviera juzgando en España demuestra, no ya sólo por la sensibilidad del equipo de abogados de Sancho –y en parte también de Ospina, que tras los primeros tres días de vistas regresó a Madrid–, sino la estrategia que, en un país tan pragmático como es el tailandés, enfurece a sus autoridades que no entienden de actitudes rudas y envalentonadas. Como todos los que residimos en Asia sabemos que a la autoridad no sólo se la respeta, sino que se la teme, nos sorprende este tipo de estrategia que solo podría aumentar la justificación para declararle culpable. 

A modo de resumen, es duro comprobar cómo los padres de Daniel desfilan dentro y fuera del tribunal provincial de Koh Samui, un rictus serios, calculando que cada día es uno menos para el veredicto, unos hechos que para el pragmatismo tailandés se sospechan que están muy claros. Parece que, en mi opinión, siguen sin comprender la realidad asiática que nada tiene que ver ni con los medios españoles, ni seguramente con el trabajo lejos de los focos de la diplomatura española. 

Durante esta próxima semana desfilarán por los juzgados el resto de policías que tienen que ver con el caso –con bastantes que llegarán desde la isla de Koh Phangan donde sucedieron los hechos– y con los forenses que certificaron la procedencia de los restos, y quién sabe, si la causa de la muerte de Arrieta, cuando después, y con máxima expectación, prestará declaración, ya el 25 de abril, Daniel Sancho, que como si estuviera entrenándose para ese día, continua reclamando a los testigos lo que él considera justo.

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