El pasado sábado fue un día especial, el cumpleaños de mi madre. No voy a poner su edad; primero, porque ya la sabéis y, segundo, para no llevarme una bronca. Sentí no poder celebrarlo con ella. No había nada planeado ni premeditado. Mi madre va todos los sábados a comer a casa de mi hermana. Y Carmen llamó a su hija, a la mía con su novio y, de una forma improvisada y espontánea, a Rocío Carrasco, a Fidel y a nuestra prima, Ana Borrego. Me dio mucha pena no estar allí, porque sé que mi madre vivió momentos de mucha felicidad. Sé cómo se sintió cuando vio a Rocío. Sus palabras fueron: “Ay, mi niña; ay, mi niña, mi niña”. Rocío se emocionó mucho, porque el paso del tiempo no se puede obviar, pero todos hicieron a mi madre inmensamente feliz. Hoy domingo, mientras escribo estas líneas, espero a mis amigos Paloma, Dani, Lola, Víctor, Nuria y Agustín. Jugamos todos los fines de semana a las cartas. Sé que hoy mi madre también será feliz, brindaremos por su nuevo año y eso es mi mayor tranquilidad.