Pilar Eyre

Pilar Eyre

Federico y Mery de Dinamarca
Cordon Press

"Letizia pasó de la sonrisa al mohín avinagrado en medio segundo y saludó con frialdad a Federico"

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Pilar Eyre

Periodista y escritora

Letizia lo sabía. Lo sabía Felipe. Lo sabían Mary y Federico, hasta la reina Margarita lo sabía. Cuando llegaron el martes 7 a las seis de la tarde al museo Carlsberg de Copenhague para inaugurar la exposición Sorolla, todos sabían que el príncipe heredero danés había pasado la noche en Madrid dos semanas antes con una conocida socialité mexicano-española. Se habían enterado a la vez que una estupefacta España cuando nuestro director había revelado en ‘TardeAR’ la exclusiva que iba a salir al día siguiente en la revista Lecturas. Un reportaje impactante, de alcance internacional, que atañía no solo al mundo rosa, sino también a la gobernabilidad de un país. Federico se paseaba por diversos lugares de la capital junto a Genoveva Casanova para acabar la noche en su piso, de donde no salió hasta la mañana del día siguiente provisto ya de su maleta, poniendo rumbo al aeropuerto. Su mujer, mientras, había viajado a Estados Unidos. La situación era muy violenta y se manifestó ese día en los comportamientos de esas cinco personas acuchilladas por decenas de flashes, centro de atención de todo un continente. 

Un abrazo salvador

Felipe y Letizia, que eran los anfitriones de esa velada, esperaban a sus invitados en el vestíbulo del museo. Letizia iba de negro, con el abrigo sobre los hombros, una costumbre de otros tiempos que ella ha vuelto a poner de moda, y Felipe exhibía su habitual placidez y elegancia de traje oscuro y corbata azul. Federico y su mujer cruzaron la puerta con la desesperación del suicida, lejos ya el paso firme y el aplomo de los días anteriores. Mary, que iba como una noble francesa camino de la guillotina con el pelo cuidadosamente despeinado, se arrojó a los brazos salvadores de Letizia, que la acogió amorosamente y la sostuvo largo rato, como si fueran amigas íntimas, con esa solidaridad entre mujeres que hace tan grata la vida. Federico, por su parte, dejaba vagar su mirada errática por el salón, primero fue a saludar a Letizia, pero como vio que estaba ocupada con su mujer, se dirigió al rey que, al advertir su embarazo, pareció compadecerse de él y le dedicó un saludo al estilo de compañeros que celebrasen un gol juntos. Resultó bastante inadecuado y solo puede atribuirse a la cordialidad natural de Felipe. La expresión de alivio y agradecimiento de Federico fue tan evidente que los labios del rey se distendieron en una mueca bonachona. Letizia, que ya había dejado de abrazar a Mary, hizo uno de esos gestos suyos que dan tanto miedo: pasó de la sonrisa al mohín avinagrado en medio segundo, y saludó con frialdad al príncipe culpable. Y ese fue todo el contacto que tuvo con Federico. 

Mery
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A su lado como una sombra

Durante la visita a la exposición de Sorolla, Federico, detrás de todos, se desabotonaba nerviosamente una de esas chaquetas ajustadas que suele llevar cual quinceañero, y miraba a todas partes menos a los cuadros. A su lado, como una sombra, su mujer parecía un personaje de la Casa de Bernarda Alba, pálida y de luto. Hasta la reina Margarita estaba menos afectuosa con nuestros reyes que los otros días y en medio de las explicaciones del guía, tuvo un suspiro de hartazgo pensando seguramente “necesito un cigarrillo”. O una copa.

Un largo suplicio

El besamanos fue duro, Mary solo hablaba con la tía Benedicta y Letizia tampoco le dirigía la palabra a Federico, en medio de las dos. Aquella media hora fue seguramente un largo suplicio para el príncipe, pero, de todas formas, lo peor fue la cena, que se celebró en un salón del museo. El protocolo sentó a Federico al lado de Letizia ¡nunca se ha visto algo así desde que a Sofía la pusieron al lado del político que había echado a su hermano del trono! Letizia no miró ni una sola vez a su avergonzado compañero, primero leyó el menú, algo le dijo a la reina Margarita que esta contestó con brevedad, y al final optó por fijar la vista en el plato. Ni siquiera sonrió durante el discurso de su marido en ingl��s, donde puso en evidencia su “problema” con los brindis, después del de Granada y del de Leonor. La mañana siguiente, con las fotos ya en la calle, la visita al Centro Danés de Arquitectura se desarrolló triste como un paso de Semana Santa. Mary iba vestida como una funcionaria de la extinta Unión Soviética, Federico reía a tontas y a locas sin que nadie le prestara atención, ni siquiera el bueno de Felipe, seguramente aleccionado por su mujer, quien lucía la expresión de “a ver cuándo se acaba esto de una vez”. En su discurso Felipe dijo “nunca vamos a olvidar esta visita”, y vive Dios si ha acertado.

Letizia
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