En el Reino Unido, cuna de tantos deportes, como el tenis, el fútbol o el rugby, hay un dicho muy popular entre los jugadores de rugby, esos mismos que a los cinco minutos de empezar el partido ya llevaban barro hasta en los dientes. “El fútbol es un deporte de caballeros jugado por gamberros y el rugby es un deporte de gamberros jugado por caballeros”.
Pues bien, se acabó aquello de ‘hay deportes para chicos y deportes para chicas’. En pleno siglo XXI, la mujer puede –y quiere– hacer todo aquello que se propone y el rugby femenino no es una excepción. ¿Pero qué lleva a las chicas a jugar a rugby, un deporte que requiere una fuerza y una potencia que hasta ahora parecía reservada a los más machotes?
Cataluña, que en 2020 celebrará l'Any de Turisme Esportiu (ATE 2020), ha sido siempre un territorio pionero en numerosas especialidades deportivas, el rugby femenino entre ellas. Y hay que decir que no fue un camino fácil. Hasta 1983 la Federación Catalana de Rugby no aceptó a las chicas como equipo –la sección de rugby femenino del INEF empezó en 1979–, pero a partir de ese momento, el rugby femenino no dejó de crecer y se fue extendiendo por toda España, donde en la actualidad hay más de 200 clubes que cuentan con esta disciplina.