Sofía no se pudo sentir traicionada, porque el rey le había dejado la situación muy clara en 1990, cuando le dijo que se consideraba un hombre separado y que no se metiera en sus asuntos. Habló también con sus hijos, que reaccionaron mal. Elena y Felipe dijeron que no aguantaban en casa y“la infanta Cristina cogió una borrachera en el Club de Mar”, se lamentaba Manglano en sus diarios. La reina, a la que siempre hemos tenido por una mujer austera y poco materialista, tampoco escapaba a sus críticas: “Se gasta al año 30 o 40 millones de pesetas en ropa”.

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No son chismes de periodistas, sino informaciones de una alta personalidad del Estado, además de confidente del rey. El general sabía, como todos, que las mujeres eran la perdición de Juan Carlos. Siempre había sido así. La primera de sus amantes que escribió sobre su vida íntima fue la condesa Olghina de Robilant, una desinhibida italiana con la que tuvo cuatro años de relaciones discontinuas hasta días antes de casarse con Sofía. La primera vez que tuvieron sexo fue un fin de año en Cascaes (Portugal) en el asiento trasero del Volkswagen amarillo de don Juanito. Él tenía 18 años, “pero era muy cálido, sabio, ardiente… sabía perfectamente cómo hacer el amor… se notaba su experiencia, que había tenido ya muchas amantes”. Aunque la novia oficial de esos años era la princesa María Gabriela de Saboya, la alternaba con chicas de la sociedad portuguesa y modelos brasileñas.

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Mil quinientas amantes

Y así hasta las mil quinientas amantes que me confirmó un amigo suyo medio en broma. “Un amor en cada puerto”, añadía, riéndose. Se decía que las fijas las renovaba cada cinco años y las eventuales, cada día. En cada ciudad española mantenía una estable, en Granada, en Coruña, en Valencia, también en Sevilla, donde se rumoreaba que había tenido una hija; lo mismo que con una condesa en Madrid, donde estaba su campo de operaciones más amplio, que incluía ‘madames’ con ‘books’ muy caros en los que había modelos, actrices, presentadoras de televisión, señoritas…