Se ha metido Belén Esteban a empresaria y le va de maravilla. Su gazpacho y su salmorejo están arrasando en todos los puntos de venta y la empresa que los produce ha tenido que contratar a más gente para poder reponer existencias con eficacia. Me alegro muchísimo por Belén. Se la ve contenta e ilusionada con su nuevo proyecto. Se lo toma en serio y cuando habla de su marca –Sabores de la Esteban– explica rotunda que “ha venido para quedarse”. Me hace gracia que utilice esa expresión porque es lo mismo que digo yo cuando me hacen entrevistas y me preguntan por el teatro. “He venido para quedarme”, respondo yo muy seguro de mis palabras. La televisión nos ha dado mucho a Belén y a mí. Nos ha ayudado a vivir una vida repleta de emociones. Intensa, apasionante. Agotadora a veces, pero siempre única. No cambio mi vida por la de nadie; creo que a Belén si le preguntase me contestaría exactamente lo mismo. El viernes voy al teatro con P. al Matadero. A la salida paseamos un poco hasta llegar al Museo del Ferrocarril y disfruto caminando por ese Madrid que transito muy poco. Un Madrid repleto de tiendas de barrio, restaurantes acogedores, bares de toda la vida. No hay demasiada gente por la calle y me siento seguro, aunque cuando nos acercamos a alguna terraza con varios grupos de personas se me dispara un poco la ansiedad. Echo de menos el anonimato, pero no hay vida sin renuncias. Recrearse en lo que no tienes es la forma más sencilla de convertirte en un amargado. Y yo no soporto a los que, sin motivos, circulan por la vida con un inaguantable mal rollo a cuestas.