Los empobrecidos griegos odiaban a sus reyes, en particular a Federica, y protestaban por el alto coste del evento y la desmesurada dote que el Parlamento griego había asignado a Sofía. Papandréu, jefe de la oposición, había roto dramáticamente la invitación en público, las cárceles estaban llenas de disidentes y los enfrentamientos en las calles laterales del cortejo, las que no veían los invitados, fueron tan duros que no hubo lugar en los hospitales para atender a los heridos. Federica, además, había tratado con inmenso desprecio y arrogancia a la familia del novio, al que no dejaba de repetir: “Tú, Juanito, no eres nadie”. Tuvieron que pagarse sus billetes de avión, los alojaron en un hotel de segunda y cada vez que don Juan entraba en un sitio, en lugar de sonar la ‘Marcha Real’, que era lo apropiado, tocaban ‘Paquito el Chocolatero’, lo cual era muy ridículo. Después, la reina Victoria Eugenia le escribió a su prima Bee, la abuela de Álvaro de Orleans, testaferro de don Juan Carlos: “Todo ha sido horrible... Federica es muy tacaña y solo le ha regalado a su hija una pulserita...”. Y después le dirigió este dardo cruel a su nuera, la madre de Juan Carlos, que tenía problemas de alcoholismo: “No quiero decirte lo que parecía María, tan gorda y mal vestida... Y, como siempre, en las viñas del Señor... todo el mundo se dio cuenta”. La interminable ceremonia por los dos ritos y la carrera entre las dos iglesias agotó a los invitados y a los novios. Sofía se había levantado a las cinco de la mañana para que Elizabeth Arden se ocupara de su rostro con una mascarilla de pepino y caviar y Alexandre de su peinado, utilizando un bote entero de laca. A las once de la noche llegaron derrengados al yate ‘Creole’ que el millonario Niarchos les había prestado para el viaje de novios. Sofía tenía los pies destrozados, pero peor era lo de Juan Carlos. El día anterior a la boda, practicando karate con su cuñado, se rompió la clavícula y se hizo una herida muy fea en el brazo. El fantasma de la hemofilia había sobrevolado toda la boda. Cuando se echaron en la cama, Juanito aulló de dolor. La herida se había abierto e infectado. El yeso se había pegado a la sangre, lo que le causaba un sufrimiento espantoso. Sofía tuvo que acudir a sus conocimientos de puericultura, pidió un botiquín de primeros auxilios y estuvo toda la noche tratando de despegar la escayola trocito a trocito.