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Recuerdo lo que decíamos al inicio de la pandemia. “Saldremos más unidos”. “Seremos más solidarios, mejores personas”. “Todo va a ir bien”. Pues no va a ser así. El último ejemplo de cutrez es el de saltarse la vez para vacunarse. Cuando te enteras de cosas así se me viene a la cabeza la memorable frase de Paquita Salas: “Poco nos pasa”. Tampoco ayuda tener un panorama político tan desolador. Vivir se ha convertido en un ir dejando pasar los días esperando el porvenir, pero el porvenir no llega. En cuando siento que me empieza a invadir la nostalgia doy un manotazo al aire y pienso en el presente, que es lo único que hay seguro. Pero a veces sucumbo, soy humano, y me vienen a la cabeza cosas que echo mucho de menos. Ir a un concierto abarrotado de gente, a una discoteca repleta en la que no paren de pisarte o echarte copas encima por accidente. Llegar a un aeropuerto y ver a personas felices arrastrando sus maletas porque se van de vacaciones. Echo de menos no hablar del virus. No tener que respetar distancias. Dejar de pensar que algún día me contagiaré porque lo difícil es que no te toque. Dicen que cuando todo esto acabe –bendita frase– se producirá una explosión de alegría equiparable a la de los locos años veinte. Que habrá un estallido sexual muy potente y que la religión perderá valor frente al hedonismo desenfrenado. Pues, por favor, que sea cuando antes porque no quisiera yo perdérmelo. Entretanto, dejemos que los políticos se sigan peleando mientras el país se desangra. Es curioso, tenemos que seguir con ellos la misma estrategia que con los niños: que se cansen jugando para que a nosotros nos dejen en paz.