A principios de año se me despegó una funda. Como el diente despegado no era de los centrales no me cabreé ni me vine abajo, que es lo que me pasaba antes cuando tenía que enfrentarme a situaciones así. Lo envolví cuidadosamente en un pañuelo de papel y pensé: “Cuando me venga bien ya iré a que me lo pegue Sandra”, mi dentista. Continué haciendo mi vida normal. Fui a trabajar, tuve un par de citas. Lo que es entrar en el maravilloso mundo de la aceptación: en otro momento de mi vida hubiera armado la tremolina, hoy doy gracias por que el diente despegado no sea de esos que se ven a simple vista. Últimamente me pasan muchas cosas así: si se me cae algo y no se rompe me pongo contento por el daño evitado. Celebro no haber pronunciado en voz alta aquel comentario que me hubiese traído unas consecuencias nefastas y me da mucha alegría evitar enfrentamientos que algunas veces sacan lo peor de mí. “Lo que pudo haber sido” es una frase cuyo significado se altera con los años. Cuando eres jovencito tiene componentes románticos, casi de cuento. Con los años, sin embargo, la tiendes a identificar con “de la que te has librado”. El caso es que se me despegó un diente, y a mí siempre que me pasa algo así lo asocio a un periodo bueno de mi vida. A un giro inesperado que me deparará alguna sorpresa positiva. Me parece que en esta ocasión el giro está tardando en llegar, cosa que no es de extrañar, debido al descontrol que ha provocado Filomena en Madrid. Pero tengo paciencia, cada vez más. Mientras tanto, me divierto como puedo y viajo más que nunca con mi imaginación. Qué ganas tengo de poder coger un avión y aparecer en una playa repleta de tíos buenos con bañadores diminutos.