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Después de varias semanas de audiciones llegan por fin las semifinales. Me produce muchísima alegría reencontrarme con Jesús, Edurne, Eva y Santi. Ya lo he contado por aquí: es un gusto trabajar con compañeros apeados del divismo, de esas inseguridades que los convierten en maleducados y de taramientos mentales varios. Qué importante es reírte con la gente que trabajas y en 'Got Talent' se produce el milagro. El sábado el público está enfervorizado y nos contagia su entusiasmo. Me impresiona contemplar actuaciones espectaculares tan de cerca. Sentir el nerviosismo de los participantes, sus miedos, sus ilusiones. Cuanto canta Dianne, mi pase de oro, me pongo nervioso como un padre pero la adolescente demuestra desde los primeros compases de la canción una seguridad impropia de sus quince años. Así que me relajo y disfruto. El público parece que también porque la pasa a la final. Cuando acaba el programa me acerco a saludarla y le repito varias veces que me ha encantado su actuación pero ella está más pendiente de que no se les escapen los Bichiswag, un grupo de niños de Badalona con los que ha hecho pandi. Los críos, que también logran pasar a la final, me hacen un homenaje durante su actuación y tengo que hacer verdaderos esfuerzos para no contener las lágrimas. Yo creo que el mayor debe tener doce años, por eso me hace tanta gracia que antes de despedirnos me digan muy convencidos: “Vente a nuestro hotel que no vamos a dormir, vamos a estar de fiesta”. Y yo tengo tantas ganas de correrme una juerga que a punto estoy de decirles que sí. Pero afortunadamente la cordura se impone: al día siguiente tengo que coger un vuelo tempranísimo destino Gran Canaria.