Viajo el sábado por la mañana a Valencia para una firma de libros. Me entra la risa con muchas de las cosas que me sueltan las personas que hacen cola para que les dedique ‘Antes del olvido’. Una señora me dice: “Como yo voy a ir al infierno, me pongo a tu lado para hacerme una foto con Dios”. Toma ya. Otra, que me quiere tanto que cuando se va de casa deja la tele encendida para que tenga audiencia. Quizás debería explicarle que si no tiene audímetro instalado no hay nada que hacer. Pero da igual. La muestra de cariño me llega al alma. Recibo décimos de lotería para Navidad (acabado en trece), un cupón para el mismo sábado (que no me toca) y una palmera de chocolate que me desayuno el domingo. Me encantan los valencianos: disfrutones, simpáticos. Una señora me pregunta en la estación que dónde se compra mi libro. Es una pregunta que me han hecho varias personas y que al principio me sorprendía, pero ahora lo considero un halago porque probablemente mi libro sea el primero que vayan a leer en su vida. Hay gente que nunca ha entrado en una librería porque les produce respeto. Pero pensar que quizás entren por primera vez a una para hacerse con mi libro es realmente emocionante. Sé que con el teatro les pasó a muchas personas algo parecido. Que yéndome a ver era la primera vez que pisaban uno. Como para no sentirse orgulloso.