Semana tras semana, los reyes Felipe VI y Letizia demuestran su compromiso con una agenda institucional repleta de actos cargados de significado y de gran valor para la sociedad española. Entregas de premios, homenajes, reuniones con empresarios o dar visibilidad a causas necesarias son algunos de sus quehaceres diarios. Por no hablar de cuando hay cenas de gala o realizan un viaje internacional, donde hay todo un protocolo a seguir.
Sin embargo, nada de esto sería posible sin el entramado de equipos y trabajadores que forman parte de la Casa Real. Decenas y decenas de personas que llevan a cabo sus tareas siguiendo un código de conducta muy claro e inamovible que marca todos los detalles necesarios para llevar a cabo esta profesión con rigurosidad y perfección.
Y es que este empleo no es un trabajo normal y corriente. Trabajar en Zarzuela supone formar parte de una de las instituciones más importantes del país. Es por eso que, desde el trabajador más antiguo al empleado temporal, debe seguir sin excepciones las normas que se le facilitan al llegar.
¿Cuáles son estas reglas? ¿Hasta que punto marca su día a día? ¿Han cambiado mucho a lo largo de los años? La revista Lecturas se ha puesto en contacto con María José Gómez Verdú, experta en protocolo, para conocer en profundidad cómo es la vida de los trabajadores de la Casa Real.
El código de Felipe VI
"Cocineros, ayudantes de cámara, responsables de agenda, chóferes, personal de seguridad o administrativos... Todos ellos conforman una maquinaria silenciosa que se rige por una norma fundamental: en Zarzuela no hay espacio para la improvisación", ha comenzado María José, dejando claro porque es tan esencial que cada paso de los equipos de Zarzuela este fijado con un manual.
"La idea romántica de una corte llena de reglas no escritas ha dado paso a un modelo basado en principios jurídicos claros, y sobre todo, en una ética profesional de enorme exigencia", ha seguido la profesional. De hecho, desde que Felipe VI llegó al trono, "la profesionalización del entorno institucional ha sido una de sus prioridades menos visibles, pero más estructurales".
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Todo comenzó en 2014 cuando fue proclamado rey. "El entonces nuevo monarca estableció un Código de Conducta riguroso que cambió la manera en que se concebía el servicio a la Corona", ha revelado Verdú. ¿En qué sentido? Pues que "ya no basta con la lealtad personal: se exige transparencia, discreción, integridad y austeridad.
Es decir, un comportamiento ético sometido al escrutinio público, no al criterio individual", nos cuenta la experta. A ello se sumó la introducción de auditorías externas, límites muy claro en los actos privados de los miembros de la familia real y la total transparencia con los movimientos reales.
Las normas de los trabajadores
Este manual que los reyes Felipe y Letizia instauraron a su llegada afecta a todos los trabajadores y asesores que forman parte de la Casa Real en cualquier situación. "Ni la presencia de los reyes, ni la solemnidad de los actos, ni siquiera el simbolismo institucional del entorno relajan estas exigencias. Por el contrario, las refuerzan", afirma María José.
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Todos ellos deben seguir las mismas reglas por diferentes que sean sus labores. Una de las principales es la total discreción. "Entre sus obligaciones ineludibles se encuentra la confidencialidad absoluta, que se extiende incluso tras dejar el cargo, la renuncia a aceptar regalos o favores, la notificación inmediata de cualquier conflicto de interés y una exigente compatibilidad de funciones", ha explicado Gómez Verdú.
En el caso de los obsequios se debe a que si se aceptaran o pidieran, se podría poner en entredicho la imparcialidad de los trabajadores de los reyes. Lo mismo ocurre con aprovecharse de su estatus para sacar beneficio personal o para amigos.
En esta línea, ese silencio se aplica también al mundo digital. "No hay lugar para selfies, comentarios indiscretos ni fotografías tras bastidores", ha dicho la experta. El objetivo de todo esto es proteger la privacidad de los miembros de la familia real. "No se permite hablar públicamente sobre qué come la familia real, cómo organiza su día la reina Letizia o qué tono utilizan en sus conversaciones informales. La frontera entre el ámbito institucional y el privado es infranqueable", advierte María José.
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La rigidez de estas normas es tal que existe "la llamada 'autodenuncia preventiva': si un trabajador presencia una irregularidad o situación que pueda comprometer la integridad de la institución, está obligado a comunicarla. No hacerlo se considera falta grave". Una conducta más propia de una corporación que de una casa monárquica que "revela hasta qué punto se ha tecnificado la gestión interna de la Corona".
La importancia de las reglas
Además de proteger la intimidad de los miembros de la monarquía, este Código también busca mantener la credibilidad institucional. "Los empleados no representan a una familia, sino a una institución que aspira a ejemplificar. Cada gesto, desde cómo se saluda al Jefe del Estado hasta el tipo de flores que decoran una sala, se alinea con un principio: neutralidad, sobriedad y eficiencia", afirma Verdú.
Esto hace que "la figura del funcionario de Palacio ya no responde al arquetipo cortesano; responde al modelo de un servidor público cuya conducta debe ser irreprochable", asegura la profesional. Esta concepción ha hecho que la Corona logre algo excepcional: "integrar los usos tradicionales del ceremonial con un marco moderno de gobernanza interna".
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¿En que se traduce eso? En que "el respeto por las formas se mantiene intacto, no se da la espalda a los reyes, se guarda el tratamiento de 'Majestad' o 'Señor/Señora', se viste con discreción absoluta, pero siempre bajo la premisa de que la ejemplaridad es más importante que la pompa", señala Verdú.
Esta evolución es, para María José, "un punto de inflexión en la historia institucional de la Corona". Ahora ya no operan "desde la opacidad del privilegio, lo hace desde la transparencia del deber. Y si hay una lección en todo esto, es que la verdadera autoridad simbólica no reside en la distancia que marca un trono, sino en la coherencia entre lo que se representa y lo que se practica".
De esta manera, "los trabajadores de la Casa Real, invisibles por definición, se convierten así en custodios silenciosos de esa coherencia", afirma, rotunda, la experta. Es gracias a ellos que la estabilidad de la Corona sigue intacta. "Son ellos quienes, con su conducta impecable y su disciplina callada, hacen que la monarquía siga proyectando no solo tradición, sino confianza. Y en tiempos donde todo se expone, el verdadero lujo institucional es, tal vez, la discreción bien ejercida", concluye María José.