Terelu Campos

Terelu Campos

La reina Letizia
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Me gusta la reina Letizia porque es perfeccionista como yo

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Terelu Campos

Presentadora, colaboradora televisiva, bloguera y actriz

La pasada semana la reina Letizia cumplió 50 años. A mí me gusta nuestra reina porque es perfeccionista como yo. Hay personas que no podemos evitar ser así y, al final, no deja de ser un sufrimiento para nosotras mismas. Eso le hace estar en alerta de todo lo que debe saber y aprender. Yo creo que lo que más destaca de su rostro son sus ojos. En ellos se reflejan la alegría, la tristeza e incluso el compromiso cuando la vemos cercana a la gente.

Recuerdo la comida que tuve en el Palacio de la Zarzuela casi un mes antes de que naciera la princesa Leonor. Doña Letizia tenía previsto bajar a esa comida que tuve con el jefe de prensa, en ese momento, y el jefe de la Casa del Rey. La Reina, por prescripción médica, no pudo acercarse a tomar café, que es lo que estaba previsto, porque le mandaron reposo los últimos días de su embarazo. Me hizo gracia que durante la sobremesa abordaran el tema de cómo pude saber yo de la relación del príncipe Felipe con la periodista Letizia en ese momento. Me hizo gracia el interés y la curiosidad por saber cómo fue. Evidentemente, ni a la Casa del Rey le desvelo mis fuentes. La parte que más me gusta de nuestra reina es esa parte de libertad que necesita tener. Hablo de esa parcela de normalidad en una vida anormal que tiene un rey o una reina si la comparamos con el resto de los mortales. Me encanta su decisión de ir a un concierto a pie de pista como una más o ese salir a cenar como una madre corriente con sus hijas. Debe ser terrible saber que cualquier gesto tuyo se somete a examen. La Reina, con el paso de los años, ha ido adquiriendo seguridad, y eso ha hecho que resulte más cercana. Sin lugar a dudas, es una mujer impecable en sus compromisos como reina.

Hay una cosa que me sorprendió en sus últimas apariciones públicas. Casándose en una catedral como se casó, me llamó la atención que hace unos meses no quisiera santiguarse en la catedral de Santiago de Compostela. Me extrañó porque, anteriormente, sí lo había hecho en funerales de Estado o en otras desgracias en diferentes lugares de nuestro país. No lo comprendí. Si fue un acto de sinceridad me parece bien, pero esa honestidad debería haber sido desde el primer momento y no con el paso de los años. No hay que obligar a nadie a que tenga sus creencias. Todo el mundo tiene que ser libre para decidir en lo que cree o no, pero no debemos mentir a la gente si no lo sentimos. Si la excusa es engañar por una razón de Estado, lo correcto sería engañar siempre. No se puede hacer en unos actos sí y en otros no.

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