“¡En cuarenta años de ejercicio profesional nunca había visto algo así! ¡Esto es trato privilegiado aquí y en Pernambuco!”, me dice con ecos de incredulidad en la voz un funcionario que ha sido director de prisiones de alta seguridad, ha estado amenazado y ha llevado escolta durante nueve años. Cuando Urdangarin dijo que quería devolver a la sociedad el mal que había hecho y que estaba al borde de la destrucción humana por el aislamiento impuesto, tal como nos comunicó el juez en su auto, nos conmovimos, aun sabiendo que él personalmente había optado por esa forma de reclusión.

Pero, después, todo ha sido un cúmulo de despropósitos: desde coche oficial y escoltas que debemos pagar los ciudadanos, hasta ir fuera de la provincia y escoger el lugar y la actividad, al margen de la opinión de Instituciones Penitenciaras. Por mucho que el dicharachero director del Hogar Don Orione diga que, “ayuda en temas deportivos”, la verdad es que Iñaki no tiene cualificación de monitor y resulta increíble que organice partidos de balonmano con discapacitados profundos como entrenador.

Hasta defensores acérrimos de la institución reconocen que ha sido una torpeza recurrir a esta medida, cuando a Iñaki solo le quedan dos meses para poder disfrutar del tercer grado. Su abogado se acogió a este resquicio legal y doña Sofía y Cristina se confabularon para conseguir la autorización familiar. La infanta fue a ver a su padre dos veces al hospital para que la apoyara (desconozco si lo hizo), y Sofía convenció a su hijo, el Rey, que al final, en contra del criterio de su mujer, dio su permiso a regañadientes, aunque ahora se lleve las manos a la cabeza no sabiendo cómo subsanar esta cadena de errores. ¡Iñaki vuelve a poner en un brete a la monarquía! Y una vez más Letizia podría decir: “Yo ya te avisé”.