La gran diferencia de edad que hay entre Antonio y yo podría haber hecho desistir a los demás –pensaba yo, a mis 15 años– de aquellos rumores. Hasta que un día, cuando regresaba de un viaje a Angola, el señor Goyanes recibe una llamada urgente porque Antonio ha declarado que se piensa casar conmigo y en Barajas, al parecer, me voy a encontrar con un montón de periodistas. Me eché a temblar y me di cuenta, a la vez, de que me había convertido en una estrella cuya vida importaba a la gente... y que me iba haciendo una mujer.
A mi regreso a Madrid yo negué todo, menos la buena amistad que había entre ambos. Al final, Antonio aclaró: “He dicho que si algún día me caso será con una chica como Marisol”. Aquel fue el primero de una serie de romances que a la gente le dio por achacarme.
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Verme dos veces con un chico, coincidir en un reparto o asistir a una fiesta con un famoso ha sido suficiente. He tenido ‘romances’, que yo recuerde, con el Cordobés, con Ramón –el del Dúo Dinámico–, con Junior, con Sebastián Palomo Linares..., y hasta se ha publicado en una revista alemana una portada mía con Mel Ferrer, a raíz de su separación de Audrey Hepburn, diciendo que yo había sido la culpable. Mientras tanto, yo sí vivía de verdad un auténtico noviazgo que a todo el mundo, incluidos los familiares más cercanos, pasó inadvertido durante años.
“Mis relaciones con Carlos Goyanes”
He de tocar el tema de mis relaciones con Carlos Goyanes. ¿Cuándo nació nuestra mutua atracción? Diría que ya desde el principio de conocernos. Aunque los dos –yo, 11 años; él, 13– fuésemos unos verdaderos críos, nos sentíamos evidentemente atraídos el uno por el otro.
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Durante años nos quisimos, nos quisimos mucho; pero hoy me pregunto si no confundiríamos el verdadero sentir de aquel cariño. Si siempre quise a los hijos del señor Goyanes como a verdaderos hermanos, en Carlos me pareció hallar un cariño distinto, no tan fraterno... Llegó un momento en que estaba segura de que Carlos se me iba a declarar. Fue en el tren, minutos antes de partir hacia Málaga. Carlos subió al vagón para despedirse, se sentó a mi lado, se quedó callado y yo veía que el tren arrancaba..., pero él no. Al final, en el último momento, me lo dijo. Él tenía entonces 16 años y yo 14. Muy jóvenes, demasiado. Por ello, durante años, mantuvimos nuestro noviazgo en secreto.
Éramos felices con aquellas relaciones tan celosamente guardadas que, hasta que lo hicimos público, nadie sospechó nada, ni siquiera nuestras familias. Y, sin embargo, a los pocos meses de hacer oficial el compromiso, nos dimos cuenta de que aquello se iba a acabar.
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He meditado mucho sobre ello y creo haber encontrado la razón. En mi opinión, cuando todo estuvo secreto, era como una formidable aventura en la que confundíamos los verdaderos sentimientos. Cuando nos vimos luego en absoluta libertad de salir, de entrar, de vivir una auténtica vida de novios, cuando ya fuimos nosotros mismos sin tapar nada, el amor se enfrió. Sea como fuere, terminó. Pero quiero hacer constar aquí una cosa de la que estoy segura: la mujer que se case con Carlos será feliz. De eso no me cabe duda.
“Dejaría mi carrera por amor”
Sentimentalmente, no sé lo que me deparará la suerte. Como toda mujer, aspiro a encontrar algún día el amor, ese amor definitivo. Solo sé que, si llegado el momento ‘él’ me lo pidiera, abandonaría mi carrera, en la que creo que ya he puesto mucho. Porque creo que la felicidad privada, íntima, de la familia y del hogar, debe estar por encima de todas las cosas y hay que defenderla aunque sea a costa de un sacrificio
Lee la primera parte de las memorias de Marisol, que originariamente publicó la revista Lecturas, en el año 1968 aquí.