Han pasado quince meses desde que Iñaki Urdangarin ingresó en prisión para cumplir la condena de cinco años de privación de libertad que le impuso la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca tras haber sido condenado por el caso Noos. No le habíamos visto desde la noche anterior a su entrada en la cárcel de Brieva, el 18 de junio del año pasado. Hoy, quince meses después, hemos podido ver el aspecto del que fue duque de Palma y aunque apartado de la familia del rey, sigue siendo el cuñado del rey Felipe.

¿Cómo le ha afectado en su físico su paso por prisión? La verdad es que hemos visto a un Iñaki Urdangarin con un aspecto mejor del que nos imaginábamos. Delgado, pero no demacrado, aunque sí más avejentado, con muchas más arrugas en su rostro y unas entradas en su cabello más que considerables. Vestido de manera informal y juvenil –tiene ya 51 años, la misma edad que el rey Felipe–, lucía un impecable corte de pelo, seguramente obra del servicio gratuito de peluquería con el que cuenta la cárcel, y con una sonrisa algo nerviosa.

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A diferencia de la imagen que mostraba la noche anterior al ingreso en prisión, Iñaki saludó educadamente a los reporteros, sonrió, y se introdujo en el centro para discapacitados de Pozuelo en el que dos días a la semana hará labores de voluntariado. Es la primera vez desde que ingresó en la cárcel en la que ha podido pisar la calle y, sobre todo, tener contacto con otras personas que no sean los funcionarios de prisiones.

Quince meses atrás, Iñaki Urdangarin mostraba un aspecto mucho más preocupante. Mucho más delgado, su rostro era la viva imagen de la desolación. Serio, cariacontecido y con la mirada perdida en el horizonte. Su ingreso en prisión era inminente y el hecho de tener que separarse de su familia fue muy doloroso para él. Además, vio también cómo su mujer, la infanta Cristina, y sus cuatro hijos, Juan, Pablo, Miguel e Irene, habían sido apartados de manera fulminante de la familia del rey. Solo la reina emérita Sofía les visitó en algunas ocasiones durante su exilio en Ginebra.

El antes y después de Urdangarin
Gtres