Voy al trono porque quiero soñar con un beso, tontear...

Pocas cosas he tenido tan claras en mi vida, y eso que varios amigos han puesto cara de póquer cuando les he preguntado su opinión. Con otros asuntos les he hecho caso, pero en esta ocasión he preguntado por preguntar, porque la decisión estaba tomada desde el principio. ¿Y por qué ahora?, os preguntaréis vosotros. Pues porque ya es hora de que lo reconozca: estoy mortalmente aburrido.

Y si la vida me pone esta oportunidad por delante no la voy a desaprovechar, como vosotros comprenderéis. Y luego hay una cosa que me fascina: que a la gente que viene al programa le gusto. Y eso no me ha pasado a mí jamás. Lo de llegar a un lugar y tener el terreno abonado es algo que quiero experimentar antes de morirme. 

Yo, que he estado toda mi puñetera existencia labrando hasta quedarme sin fuerzas para no obtener ningún fruto la mayoría de veces, voy a saber lo que es sentirse deseado sin tener que sudar la gota gorda. Y me da igual que me deseen por mi popularidad, mi dinero o por los cinco perros que tengo en casa. Sentirse Jon Kortajarena por un cuarto de hora es un privilegio que no se le concede a todo el mundo, así que, como diría Lina Morgan: “Agradecida y emocionada”.

Me lo dicen hace algunos años y flipo. Me pinchan y no sangro. Vuelvo a esa juventud que no pude disfrutar por el complejo de culpa, los tormentos provocados por mi orientación sexual y por esa concepción de la existencia tan poco dada al placer y al desenfreno. El trono me pilla en mi mejor época. En esa en la que intentas hacer solo esas cosas que te divierten. El sábado, antes de empezar el ‘Deluxe’, me dice Belén Esteban en maquillaje: “Tú juega, pero ahí no llegues a nada. Fuera del programa haz lo que quieras con los pretendientes, pero dentro ten cuidado”. Y Alicia, de peluquería, me recomienda que actúe teniendo en cuenta que me está viendo mi madre. Bueno, pues a ver qué sale. El caso es que la sola idea de solicitar una hora sin cámaras me produce mucho morbo.