Hace muchos años leí un artículo de David Trueba que se me quedó grabado. Hablaba de esa absurda obligación que nos empujaba a que todo lo que nos pasara debía ser la hostia. Las vacaciones tenían que ser la bomba, una fiesta por la noche inolvidable, una cena exquisita, el día a día con tu pareja un carrusel de luz y color y el sexo, ¡ay, el sexo! Cualquier encuentro íntimo nos tenía que dejar noqueado de placer. Y concluía Trueba que no, que no siempre en la vida se siente a la enésima potencia. Me ha venido a la memoria su artículo a raíz de la relación que estoy manteniendo últimamente con el sexo.

Me gusta el sexo. Mucho. Lo practico menos de lo que me gustaría pero es que últimamente me dan ganas de quitarme de en medio por una temporada. Ya conté que tengo Grindr pero mi experiencia con la aplicación está resultando desoladora. Estoy harto de que me pregunten “qué te va”, “cuánto te mide”, “activo o pasivo”, “qué buscas”. Quizás es que esta historia me pilla ya con el paso cambiado pero tengo la sensación de que nos estamos convirtiendo en atletas del sexo , auténticos profesionales que deseamos que cada experiencia sea única. Y eso es imposible porque puede que un cuerpo congenie con otro a la primera pero lo normal es que eso no suceda. Y tampoco pasa nada si eso no es así. Hay veces que ya ves que repetir con esa persona solo te llevará al desastre pero nos está faltando paciencia para volver a hacerlo con alguien que tiene posibilidades. Lo que nos lleva a perder también oportunidades de complicidades varias. Nos cuesta repetir porque preferimos abrir otro juguetito a jugar durante una temporada con el mismo.