Se quejaba Dakota de que la Pantoja hablara con su hijo Kiko y ella no podía hacerlo con su padre. En cuanto pronunciaba esas palabras era consciente de que me enfrentaba a una batalla perdida. El público aplaudió las palabras de Dakota, claro, y ahora recuerdo que a mí se me vino un inexplicable cansancio encima.

Dakota no es Pantoja. Y eso no es hacer de menos a Dakota es, simple y llanamente, la constatación de una realidad. Contar en un programa de televisión de estas características con Isabel Pantoja es un auténtico milagro y, como tal, hay que ponerlo en valor. Se produce así una corriente de pensamiento muy hipócrita: nos quejamos de darle horas de televisión a Pantoja pero esta edición está consiguiendo unos datos de audiencia históricos. Milagrosos, diría yo. Y buena parte de ello se lo debemos a la presencia de la folklórica.

La queja de Dakota justo en el momento de las nominaciones jamás la hubieran hecho –o al menos no de ese modo– Chelo, Carlos Lozano o Mónica Hoyos. Porque son unos profesionales de esto y, como conocedores de los entresijos de la televisión, saben que lo que se hace con Pantoja no es favoritismo sino simple aprovechamiento de su figura televisiva. Favoritismo sería darle todos los días un plato de paella o que las pruebas de líder fueran cantar una copla. Dakota no ha alcanzado ese nivel de profesionalidad porque le faltan años de experiencia. En su mano está seguir trabajando en el medio e ir conociendo sus normas. Quizá dentro de algún tiempo vaya a otro reality y algunos de sus compañeros se quejen de que a ella se la trata de manera distinta. Sería buena señal: querría decir que sigue en esto y que el público no solo la ha aceptado sino que la quiere seguir viendo. Para finalizar: a mí, Dakota me hace gracia y creo que puedo llegar a tener una muy buena relación con ella.