El viernes me quedo consternado con las imágenes del frustrado debate en la SER. Me inquieta ver a esa Rocío Monasterio mostrando unas artimañas nauseabundas, impropias de una persona demócrata. Lo malo no es que Monasterio exhiba sin pudor sus repugnantes maneras. Lo terrible es que haya gente que la apoye. No podemos permitir que el odio se instale en la Comunidad de Madrid. De nosotros depende. Me impacta ver a la Barceló desencajada ante un barullo tan viscoso. Por la noche, sueño con ella. En el sueño me la encuentro sentada en el suelo, entre las bambalinas de lo que puede ser un plató de televisión. Y me dirijo a ella y le recuerdo su desaparición del escenario de los Ondas cuando le tocaba entregarme mi premio. Y entonces ella me dice: “Te hicimos daño, ¿verdad?”. Y yo le contesto que sí, que me lo hicieron. Que me humillaron. Y que no lo esperaba de ella porque le recordé que cuando coincidíamos en maquillaje de Telecinco charlábamos e incluso nos reíamos. Siento que en el sueño mantengo esa conversación que tenía pendiente con ella y soy capaz de cerrar esa historia que once años después me seguía doliendo. Ya, no. Me despierto con una extraña sensación de paz, de alivio. A la Barceló le importará bien poco, pero yo ya siento que me he reconciliado con ella. Y siento también que tenga que pasar por situaciones tan despreciables como la del viernes. La política no es eso. ‘Eso’ solo lleva a la decepción y la amargura.