Altea, en la Costa Blanca alicantina, es uno de esos destinos que parecen sacados de una postal: casas encaladas, cúpulas azules, miradores sobre el mar y una atmósfera que invita a la calma. No es casualidad que Blanca Suárez, una de las actrices más queridas y reconocidas del cine y la televisión de nuestro país, elija este rincón cada verano para desconectar y recargar energías. Altea es mucho más que un pueblo bonito: es historia viva, cultura mediterránea y un paraíso para los sentidos.
Blanca Suárez: talento y carisma con raíces mediterráneas
Blanca Martínez Suárez nació en Madrid en 1988 y desde pequeña supo que su destino estaba en la interpretación. Comenzó su formación a los ocho años y, tras años de esfuerzo, alcanzó la fama con su papel de Julia Medina en la serie El internado (2007-2010).
Su versatilidad la llevó a protagonizar series como El barco y Las chicas del cable, y a trabajar con directores de renombre como Pedro Almodóvar y Álex de la Iglesia. Nominada a los Premios Goya y con una filmografía en constante crecimiento, Blanca ha sabido compaginar su éxito profesional con la búsqueda de espacios de tranquilidad, como Altea, donde cada verano encuentra la inspiración y el descanso que necesita.
Historia de Altea: un cruce de culturas junto al Mediterráneo
El origen de Altea se remonta a tiempos prehistóricos, cuando ya era un enclave estratégico para fenicios, íberos, griegos y cartagineses, atraídos por su ubicación privilegiada y su clima benigno.
Su nombre podría derivar del griego Althaia (“yo curo”) o del árabe andalusí aṭṭalaye’ (atalaya), reflejando la mezcla de influencias que han marcado su carácter.
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Durante la época musulmana, Altea formó parte de la taifa de Denia y fue conquistada por Jaime I de Aragón en 1244. Tras varios despoblamientos y repoblaciones, el pueblo actual se consolidó en el siglo XVII.
Un episodio singular fue el desembarco de la escuadra angloholandesa en 1705 durante la Guerra de Sucesión, lo que le valió a Altea el privilegio de lucir el águila bicéfala en su escudo. Hoy, sus murallas, calles empedradas y casas blancas conservan la esencia de siglos de historia.
Qué ver y hacer en Altea: imprescindibles para el viajero
- Casco antiguo: El corazón de Altea es su casco histórico, con calles estrechas y empinadas, casas blancas y balcones floridos. Pasear por aquí es viajar en el tiempo y disfrutar de rincones llenos de encanto.
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- Plaza de la Iglesia: Centro neurálgico del pueblo, donde se alza la emblemática Iglesia de Nuestra Señora del Consuelo, con sus cúpulas de azulejos azules y blancos. Desde la plaza, las vistas al mar son espectaculares y el ambiente siempre animado.
- Miradores: Altea está salpicada de miradores que ofrecen panorámicas inolvidables de la bahía y la sierra circundante. El Portal Vell y el Mirador de Cronistas son dos de los más recomendados.
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- Paseo marítimo: Ideal para caminar junto al mar, disfrutar de la brisa y descubrir bares, tiendas y restaurantes con sabor local.
- Playas: La playa de la Roda, Cap Blanch y Mascarat son solo algunas de las opciones para relajarse, nadar o practicar deportes acuáticos.
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- Mercado de artesanía: En la Plaza de la Iglesia, especialmente en verano, se instala un mercadillo donde adquirir productos únicos y recuerdos auténticos.
Gastronomía: sabores que cuentan historias
La cocina alteana es un homenaje al Mediterráneo. Los arroces son protagonistas, en especial el arroz a banda y el caldero de pescado, preparados con ingredientes frescos y recetas transmitidas de generación en generación.
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Los pescados y mariscos recién capturados, las tapas variadas y los dulces típicos como la coca de mollitas completan una oferta culinaria que fusiona tradición e innovación. Cada bocado en Altea es una invitación a descubrir su historia y su entorno.
Tradiciones y festividades: el alma festiva de Altea
Altea vibra durante todo el año con fiestas que reflejan su identidad. Destacan las Fiestas Patronales en honor al Santísimo Cristo del Sagrario, celebradas en septiembre, con procesiones, ofrendas florales y la emotiva llegada del Cristo a la playa en barco. Las Fiestas de Moros y Cristianos llenan las calles de color, música y desfiles espectaculares, recreando la convivencia histórica de culturas.
Otras tradiciones singulares son la plantà de “L’arbret” durante San Juan, donde los vecinos transportan un gran chopo hasta la Plaza de la Iglesia, y la costumbre de comer la mona en el campo durante la Semana Santa. En Altea, la fiesta es una forma de vida que une a vecinos y visitantes.
Atractivos turísticos y experiencias únicas
Lo que diferencia a Altea de otros destinos es su autenticidad: la armonía entre mar y montaña, la tranquilidad de sus calles, la hospitalidad de su gente y el arte que se respira en cada rincón. Además de su patrimonio histórico y natural, Altea es un referente cultural, con galerías de arte, talleres de artesanos y una vibrante agenda de eventos.
Dónde dormir: alojamientos para todos los gustos
Altea ofrece una amplia gama de alojamientos, desde hoteles boutique hasta lujosos resorts:
- Hotel SH Altea Hills : Situado a 3 km del centro, destaca por su diseño, confort y vistas al Mediterráneo. Ideal para quienes buscan relax y exclusividad.
- Hotel SH Villa Gadea: Frente al mar, con jardines, piscina y circuito termal. Perfecto para una escapada de lujo y bienestar.
- Hotel Cap Negret: Ubicado en la bahía, con acceso directo a la playa y una variada oferta gastronómica. Es una excelente opción para familias y quienes desean estar cerca del centro y el mar.