Mientras esperan que la tormenta escampe, las infantas continúan con sus vidas. Aunque ambas adoran a su padre, no tienen una relación fluida con la madre. Sofía siempre depositó su cariño en Felipe, descuidando a las hijas. Fue el propio padre el que intermedió para que se vistieran más modernas, quien las animaba a esquiar en Baqueira. Todavía resuenan en los Pirineos araneses sus “¡Elena, al Mirador, una carrera!”. La misma Elena precisó ir unos años al psicólogo y la acompañaba Sabino, no la madre, y Cristina, en cuanto pudo, se alejó de la Zarzuela: primero en Londres, luego en París y más tarde en Barcelona. Y, sin embargo, Sofía llamaba personalmente a las mamás del cole para que invitaran a Felipe a los cumpleaños, consentía sus travesuras y fotografiaba cada instante de su vida. Me contaba un periodista habitual de la Casa la indignación de las infantas al ver los arrumacos que la Reina dedicaba a Letizia durante el noviazgo, cuando a ellas nunca las había abrazado en público (ni casi en privado). Si Elena se acerca estos días a la Zarzuela no es para ver a la madre, sino para montar sus caballos, seguramente en cuarentena debido a una grave infección, la llamada covid de la hípica, que amenaza las cuadras europeas.