Ha muerto Pitita y con ella una época. Cuando la conocí, pintaba cuadros de sillas en su casa de Marbella. Pitita iba con turbante y descalza, y me explicó que estaba harta de “de abrir el periódico por la mañana y verme retratada como una frívola imbécil, y que mi marido, que es mucho más importante que yo, sea solo mi acompañante. ¿Y sabes por qué ocurre esto, Pilar?”. Me encogí de hombros. “¡Por llamarme Pitita! A partir de ahora, voy a exigir que me llamen Esperanza”. Publiqué estas declaraciones e inmediatamente me llamó Paco Umbral: “Oye, ¿pero qué chorradas dice? Esta mujer quiere hundirme. Pitita es una creación mía. ¡Yo la he inventado!”. Y bromeaba: “Me va a dejar sin columna. La demandaré por daños y perjuicios”. Se lo trasladé a Pitita, quien me contestó con filosofía: “Es muy temperamental. Ya se le pasará”. Aparentemente, se amigaron, pero el escritor se vengó en un programa de televisión en el que coincidieron. Con esa voz campanuda, le soltó: “Qué cambiada te veo, Pitita… A mí, me gustaba más la nariz que tenías antes de operarte”.