Pilar Eyre

Pilar Eyre

arturo fernandez

"Muchos que intentaron hacer la vida imposible a Arturo Fernández por ser de derechas lo van a llorar en público"

“Estoy hecho polvo”. Fue lo último que me dijo, hace un par de meses. Pero no me lo comentaba por su intervención de pelvis, ni por los dolores que sufría, que eran intensísimos, según me contaba su mujer, su ángel de la guarda, Carmen Quesada, sino porque no podía salir a la carretera “a girar” con su última obra, por esos teatros de toda España, que llenaba incesantemente ¡decía que dos millones de personas lo habían visto en vivo y en directo! Y a cuerpo limpio, sin subvenciones, alquilando él los teatros y yendo a taquilla, con función diaria y dos los sábados. ¡Con noventa años!

Yo había pedido para él un título, el marquesado de la Puerta de la Villa, el humilde barrio gijonés en el que había nacido, y la gente se cachondeaba y Arturo me reñía un poco, “déjalo, Pilar, solo me faltaba eso para que se metieran conmigo”. Porque últimamente solo salía en la prensa por sus trifulcas con Podemos, y esto le enervaba, “dilo muy clarito, yo no es que no quiera actuar donde están ellos, es que ellos se niegan a alquilarme sus teatros municipales…” Hoy, muchos de aquellos que intentaron hacerle la vida imposible porque era un hombre de derechas -¡es que no lo invitaban ni a los Goya!- lo van a llorar en público, y estoy seguro de que Arturo, allí donde esté, va a levantar una ceja y va a decir, “no, si en el fondo son buena gente”, ¿verdad, Carmen, que era así de generoso?

Arturo Fernandez


Ahora, eso sí, puede irse con la tranquilidad del que lo ha hecho todo hasta el ultimo minuto de su vida, hasta esa mala caída del mes de abril que, de percance en percance, al final ha acabado con él. Siempre lo he considerado uno de nuestros más grandes actores, porque lo más difícil no es hacer tragedia y pegar cuatro gritos en un escenario, ni largarnos chiste tras chiste, sino conversar, encender un cigarrillo, caminar, escuchar, lo que hacía Arturo con esa pasmosa naturalidad lograda a base de mucho trabajo y mucho talento.

Vicente Parra me decía un día con cierta amargura, “los críticos nunca van a reconocer que soy un actor cojonudo, pero lo soy porque ¿tú sabes lo difícil que es poner cara de enamorado mientras canta Paquita Rico y conseguir que no se ría ni Dios?” Arturo Fernández ha sido el más grande en un escenario, pero también en la vida ¡Ay, quien pudiera escribir las memorias de este seductor de leyenda, cuyo currículo amatorio haría temblar a las piedras!


¡Hasta que se casó! ¡Y lo hizo también a lo grande! A mediados de los sesenta, los cómicos eran considerados gente de baja estofa por una sociedad puritana y cerrada, que solo se frecuentaba entre ellos. Yo seguí con bastante cercanía su noviazgo con la “niña bien” catalana Isabel Sensat, una relación que escandalizó a mis padres, por ejemplo, que decían como eximente, “creo que él ha ganado mucho dinero con esto de las películas”.

Arturo Fernandez

La Costa Brava en la que estoy pasando el verano fue testigo de aquel amor apasionado y loco. Arturo Fernández, el actor, el asturiano aristocrático como un lord inglés, pero de origen humilde y padre anarquista, llegaba con su descapotable a visitar a la niña Sensat, y debía cortejarla en la calle porque los padres no le dejaban entrar en la “torre” de Llavaneras. Una prima de Isabel me contaba que los espiaban por las ventanas, “él llevaba el jersey con las mangas rodeándole el cuello y gafas de aviador… era guapísimo, e iba mucho mejor vestido que los chicos de nuestro grupo, pero mi tía movía la cabeza con reconvención, “aquest home es massa guapu”. Isabel, enamoradísima, se enfrentó a todos y al final la pareja consiguió casarse en la gran finca familiar de Sant Vicens de Montalt, el 22 de marzo de 1967. Los ecos de sociedad de La Vanguardia dieron cuenta del enlace: “el actor Arturo Fernández se casó ante un reducido grupo de invitados con la gentil señorita María Isabel Sensat Marqués, de distinguida familia barcelonesa. Se cantó el Virolai”. Muchos parientes se negaron a acudir y se decía entonces que una de las tías más pijas de Isabel, de larga fortuna y misa diaria, había dicho que, si él osaba visitarla, lo haría entrar por la puerta de servicio. Lo que no fue óbice para que al poco tiempo la familia entera cayera presa del encanto y la bondad de Arturo, que encima ha sido uno de los artistas que más dinero ha ganado de España, mientras el patrimonio de los Sensat ha ido cuesta abajo.

Por cierto, que los hijos de aquel matrimonio que se rompió discretamente adoran a Carmen y pasan largas temporadas en su casa de Marbella, donde Arturo recibía en las escasas vacaciones entre teatro y teatro con unos pantalones cortos enseñando unas piernas que ríete tú de las de Marlene Dietrich, como dice su gran amigo, que hoy le llora también, Hilario López Millán.

Arturo Fernandez


Pero ninguna mujer ha sido tan importante como la guapísima e inteligente Carmen Quesada, con la que se casó en 1980. Ha sido su productora, abogada, representante, amante esposa, amiga de sus hijos y enfermera estos últimos tiempos, minuto a minuto. El parte cada vez era más duro, pasamos del “no es nada, un dolor de espalda” a “se ha caído y se ha roto la pelvis, hemos tenido que cancelar la gira” ¡El teatro, siempre el teatro, su gran preocupación! Pero, como él estaba delante, intentaba forzar el optimismo de la voz, “en cuanto se cure, ya tenemos la gira montada” “lo reclaman de todas partes…” Yo le decía alguna tontería, Carmen se lo transmitía y luego me contaba, “se está divirtiendo…” Y quiero quedarme con eso, querido Arturo, en esta crónica apresurada escrita entre lágrimas y entre risas. Te imagino yendo al cielo con tu descapotable, con tus gafas de aviador y las mangas de tu jersey ondeando al viento, piropeando a los ángeles. Libre y guapo, como siempre. Libre, sobre todo libre.

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