Nunca me he aburrido tanto como en esas cenas de Nochevieja en las que había mucha gente

Estoy solo en casa con los cinco perros. A mi lado está Luna, que se ha hecho muy famosa después de que apareciera conmigo en la portada de la revista. He almorzado cincuenta gramos de arroz integral, salmón ahumado, dos huevos fritos y crema de verduras. Acabo de empujarme bien de piña y con un poco de suerte merendaré un yogur de soja sabor vainilla, un poco de papaya y al rato me iré a dormir. Por cierto, ha empezado a llover.

Hoy no es un día cualquiera y el cuerpo lo sabe. Pero también sabe que no puede desmandarse mucho porque la situación no está como para hartarse de fiestas. Creo que nunca me he aburrido tanto como en esas cenas de Nochevieja en las que había mucha gente. Porque son tan altas las expectativas que, irremediablemente, nunca se cumplen y acabas metiéndote en la cama con una sensación de vacío considerable.

Hace años compartí con un amigo un pensamiento que hoy me parece absurdo: “Aquel que se despierta sin resaca el 1 de enero es que no está vivo”. Hoy, varios años después, la perspectiva de despertarme mañana sin una pizca de dolor de cabeza se me antoja celestial. De los mejores fines de año que recuerdo fue aquel que pasé con P., Marisol y Antonio en un restaurante marroquí de París. Creo que era el primer fin de año que disfrutaba con P., así que imaginaos lo que era aquello.

 Al llegar las doce de la noche apareció un camarero golpeando una olla, que era su peculiar manera de dar las campanadas. Fuimos muy felices. También lo fuimos otros fines de año (y otros no tanto). Pero incluso los ‘mierders’ los recordamos ahora con una sonrisa.

Ayer estuvo P. en casa y me trajo cien euros que me han tocado de un número que había comprado en Gran Canaria. Intenté hacerle caso, pero es que estaba ‘Sálvame’ en el ordenador –tengo la tele rota desde hace meses. En casa del herrero, ya se sabe– y la vista se me iba hacia la pantalla todo el rato. Veía a Mila empujar a Kiko Hernández en una silla de ruedas y me descojonaba interiormente. Creo que tiene lumbalgia. El caso es que en ‘Sálvame’ se aprovecha todo.

Tengo que volver a escribir sobre Kiko para ponerlo por las nubes, cada año está mejor. Y eso que es difícil, porque su nivel es altísimo. Luna rechupetea el ordenador y la casa comienza a teñirse de un ‘griscasinegro’. Tengo series por ver, libros que leer y música que escuchar. Tengo a toda mi gente en sus casas. Nadie está viajando ni hará cosas raras, así que mi vena de madre está muy apaciguada. No necesito nada más para estar tranquilo.