Jorge Javier Vázquez

Jorge Javier Vázquez

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Garófano

Me gustaría que mi padre viera que no me ha ido tan mal en la vida

Esta noche me toca cocinar con Belén. Croquetas deconstruidas y solomillo Wellington. No sé hacer nada en la cocina. Nada es nada. Tengo muy mala mano en general, que es algo que a mi padre le daba una rabia tremenda. Él sabía arreglarlo todo, y se lo llevaban los demonios cuando yo demostraba mi torpeza ante cualquier imprevisto doméstico.

Recuerdo como épocas especialmente coñazo aquellas en las que le daba por empapelar la casa. Los previos eran bonitos: la elección de los papeles pintados, imaginar cómo quedaría el comedor y cada una de nuestras habitaciones. Pero… ¡ay, amigo! Llegaba el día de autos y todo se convertía en un horror desde el primer momento: la toma de las medidas de las paredes, aguantarle el metro, que no se nos fuera el dedo y perdiera el hilo. Luego, cortar el dichoso papel, encolarlo y llevarlo hasta la pared, mantenerlo en determinada posición para que la parte de abajo fuera la última en pegarse y no se hicieran bolsas. Y siempre pasaba igual: a determinada hora del día se cabreaba con todo el mundo y nos echaba con cajas destempladas. Mi padre acababa haciendo la tarea y quejándose por lo poco que nos gustaba ayudar.

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Pero no era eso: simplemente es que él era muy mal profesor y tenía poca paciencia.También es verdad que mis hermanas y yo éramos alumnos poco aventajados y tampoco le poníamos mucho interés porque sabíamos que él acabaría cabreándose por algún motivo y lamentándose por tener unos hijos tan torpes y poco cooperadores. Nosotros nos escabullíamos como podíamos y nos refugiábamos en las faldas de mi madre, porque ella nunca nos reñía.

Ahora me gustaría que mi padre estuviera vivo para que viera que tampoco me ha ido tan mal en la vida. Se murió cuando estaba en su mejor momento: más pasota, menos sufridor, más disfrutón. Me da la sensación de que nos debemos años de risas. He heredado ese pronto suyo que tan poco me gustaba. Lo que son las cosas, en esas ocasiones me veo reflejado en él. Y me asusta. Ayer jueves por la tarde llamé a A. para decirle que tenía miedo de salir de nuevo por peteneras y abandonar el plató de ‘La última cena’. A. me tranquiliza y eso me reconforta, porque él tiene mucho de visionario. “Todo va a salir bien”, me asegura. A veces, el miedo a uno mismo se convierte en tu mejor aliado. Veremos.

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