La tarde del domingo la he pasado vagueando por internet, entretenido con la reaparición de Isabel Pantoja. Antes que a ella Alberto Dugarteya me peinaba y me maquillaba a mí. Y sigo confiando en su equipo, lo que sucede es que él está tan solicitado que me hace muy pocas veces. Caigo en la cuenta de que me parece curioso que utilicemos el verbo “hacer” cuando nos referimos a que nos maquillen los profesionales. Y claro que tiene su lógica. Un buen maquillador te hace, y si es un profesional tan excelente como Dugarte te convierte en otra persona.

Pero a lo que iba: conozco a Alberto hace la tira de años. Se ha hecho –qué mal suena– a cientos de caras conocidas. Jamás me ha desvelado ninguna confidencia que le haya hecho alguna de ellas, lo cual quiere decir que tampoco va contando mi vida. Y eso que se la conoce al dedillo. En esta tarde de domingo tumbado en una cama de un hotel napolitano he llegado a la conclusión de cómo, tratándose de la Pantoja, la historia se repite. Cuando aparece un grupo de personas que hacen pandi con ella y que consiguen que la tonadillera abandone aunque sea por unos instantes su tendencia al enclaustramiento, inequívocamente esas personas tardan nada y menos en desaparecer de su vida debido a motivos tan absurdos como peregrinos.

Resulta que últimamente veíamos a la Pantoja pasárselo muy bien en su gira americana con su peluquero Antonio, su sobrina Anabel y Alberto Dugarte. Pues bien, parece que a alguien debe molestarle que Isabel Pantoja se relacione con el mundo exterior y se divierta porque desde aquí podemos aventurarnos a señalar que vamos a ver pocas veces más a ese trío al lado de la cantante. Quizás me equivoque pero o bien serán eliminados del mapa –como ya ha sido tantísima gente– o la relación con la cantante no será la misma. Tendremos que permanecer atentos a los acontecimientos porque ni Dugarte ni Antonio el peluquero van a hablar.

Tampoco Anabel, aunque a la vista está que últimamente ya se ha distanciado mucho del universo cantoril porque se ha dado cuenta de lo extremadamente agotador que resulta estar tan pendiente de lo que sucede dentro de él. Anabel ya vuela sola y bien que hace. Ser aceptada en Cantora implica sumisión absoluta y la Pantojita se ha enterado de que tras las sombrías paredes de esa finca hay una vida mucho más divertida. Aunque ella, erre que erre, se empeñe en agarrarse de vez en cuando a un drama. Entiendo que para no perder la costumbre.

Me ha gustado ver a la Pantoja en el Baile de la Rosa. Quizás debería haberse buscado a otro acompañante para asistir. Ir colgada del brazo de su hermano le da un toque rancio que la acartona ligeramente. Si no se hubiera ido cargando a tanta gente tendría a su disposición a mogollón de gente que mataría por acompañarla pero llegar a su edad y seguir echando mano de un hermano tan antiguo para salir a un acto tan pichi me parece un fracaso estrepitoso.