A la chita callando ha llegado mucho más lejos de lo que me imaginaba. Tras el show que montó la primera semana en el concurso y después de que Lucía abandonara, Alba ha conseguido hacerse su hueco.

Lo tenía complicado: no le favorecía la presencia de su madre, que de nuevo ha vuelto a meter la pata en la Casita del Árbol con Kiko. El mayor defecto de Lucía es que piensa que su amor de madre debe empujarla a defender a su hija a capa y espada, cuando la niña ha demostrado con creces que tiene los suficientes arrestos para sobrevivir en cualquier jungla.

Alba no pasará a la historia como una proverbial ‘Robinsona Crusoe’ pero es importante que existan perfiles como el suyo en un concurso como ‘Supervivientes’: gente torpona en las pruebas pero con sentido del humor suficiente para arrancar una sonrisa durante las duras jornadas a las que tienen que hacer frente. No sé si llegará a la final, pero puede estar satisfecha con su concurso.

Ahora bien, cuando vuelva a la civilización le espera una dura tarea: revisar la complicada relación que mantiene con su madre. La obsesiva presencia de Lucía en la vida de su hija es tan dañina como perjudicial. Convierte a Alba en un personaje demasiado vulnerable y con una clara tendencia a sufrir manía persecutoria.