Los reyes solo tienen a su disposición treinta segundos para hablar con el Papa ¡y mucho que decirle! Están en el interior de la basílica de San Pedro y llevan esperando una buena media hora, primero han ido pasando todos los políticos italianos, desde Meloni hasta el presidente Mattarela, después funcionarios, personal de embajadas, unas monjitas, curas, matrimonios mayores… Un asistente, provisto de una lista, va dando el nombre de cada uno y el Papa, al que se nota poco acostumbrado a las ceremonias, da cabezazos de asentimiento con cierta impaciencia. Después llega el turno de las personalidades reales, Felipe de Bélgica, uniformado hasta las cejas, y una emocionada Matilde, de blanco como Letizia y con los mismos pendientes largos de brillantes y perlas.
Y a continuación el príncipe de Emiratos Árabes que estuvo sentado al lado del rey de España durante la misa inaugural. A nuestro Felipe, que es el que tiene que llevar la voz cantante durante el encuentro, se le ve tan aplomado como siempre, pero a Letizia se la nota nerviosa, con esa sonrisa típica de labios apretados que no se contagia a los ojos, y se pasa el bolsito de una mano a la otra.
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El estilo propio de Letizia
Pero por fin llega su momento. El asistente del Papa le susurra al oído “los reyes de España” y el hasta antes de ayer párroco de la iglesia más pobre de Perú sonríe amistosamente a aquellos señores tan encumbrados de los que seguramente poco sabe. Tiende la diestra a Felipe, que se inclina para besarla, y después ambos permanecen largo rato con las manos juntas sacudiéndolas arriba y abajo mientras el rey parece felicitarle por el nombramiento. A continuación, León XIV se gira hacia Letizia. ¡Letizia!
La reina toma aire como el nadador que se va a sumergir en la corriente porque seguro que ha estudiado minuciosamente cuál tiene que ser su actitud en esos pocos segundos que van a ser eternizados por las cámaras hasta el infinito. Lo protocolario en tiempos de la abuela de su marido era besarle la zapatilla al Papa y seguro que ha oído el relato del día en que doña María se casó con Juan de Borbón en Roma. La pobre novia trató de levantar las faldas del Papa para encontrar el zapato y por fin terminó cayéndose al suelo con el ramo y toda la pesca. En tiempos de su suegra, doña Sofía, la única persona ante la que se debía inclinar era el Papa, pero la reverencia ya no tenía que ser tan profunda porque en vez de besarle el zapato se besaba el anillo.
¡Pero todo eso no va con Letizia! Porque ella se ha hecho experta en actualizar el protocolo para no crear barreras respecto a la gente común, y además ha querido dejar siempre muy claro que, si bien es respetuosa con todas las religiones, no es creyente. Ya durante la misa, mientras las otras reinas se arrodillaban, se persignaban y seguían la liturgia, ella se mantenía en pie o sentada. Su marido también, supongo que para no desairarla. Letizia luce mantilla blanca, pero ha prescindido de la peineta, una prenda en desuso y restringida a ciertos ambientes minoritarios. Doña Sofía sí la llevaba, aunque no se sintiera a gusto con ella, “tengo la cabeza demasiado grande”, confesaba con pesar.
Un volteo nervios
Pero ¡cuidado!, León XIV le tiende la mano y Letizia se la voltea con un nervioso golpe de muñeca, se inclina levemente y la suelta con rapidez. El Papa da la visita por terminada con una sonrisa, ella da las gracias y en ese momento en el que en los comercios se grita “¡el siguiente!” para que corra la cola, Felipe se inclina, pide disculpas, junta pulgar e índice en el gesto universal de “un momentito más” y empieza una larga perorata que es obvio que lleva cuidadosamente preparada. Pasan los treinta segundos acordados y el Papa dirige los ojos a su izquierda, Máxima de Holanda, que era la siguiente, parece resoplar, pero el rey, ajeno a todo, está expresando su deseo de que el Papa visite España. León asiente sin saber muy bien qué decir...
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