Y es que eran ídolos con los pies de barro, como Georgina Rodríguez, como Sandra Gago, como Mar Torres (la de Froilán), quizás como la encantadora Alba Carrillo… Están bien, sí, pero les falta aquello intangible que las convierta en leyenda. ¡Esos ídolos de verdad, divos que quizás no ocupan portadas, pero siguen en el corazón de sus miles de fans, que les guardamos fidelidad eterna!

El más grande, Julio Iglesias. Cantó hace poco en el Albert Hall de Londres y The Telegraph dijo: “Su voz es frágil, pero su presencia sigue siendo apabullante… una velada pasada de moda, pero conmovedora”. Raphael celebra cada año un centenar de conciertos con llenos totales… Pantoja, porque a ella no le da la gana, pero, ay, si quisiera, ¡estaría en lo alto del podio, como la grande que es!

¿Y qué me dicen de Isabel Preysler? Nos intentan meter a sus hijas con calzador, pero ninguna le llega a la suela de los zapatos, no se aproximan a su currículo ni por el forro. Isabel, a la edad de Tamara, ya había estado casada con Julio Iglesias, había tenido a sus tres hijos, había anulado su matrimonio, se había casado con el marqués de Griñón, había nacido ella, se había divorciado y casado con el exministro Boyer y dado a luz a Ana… ¡Y por sus propios medios se había convertido en una de las mujeres que más dinero ganaba y generaba de España!

¿Y Tamara quiere competir por haber participado en un concurso de cocina y hablar como una niña pequeña? Vamos, hombre, navega, que vienen los vikingos (homenaje a mi amigo Jaime Peñafiel). ¡Un ser así solo sale cada mucho tiempo! Como Rosalía, a la que vi cantar hace cuatro años en el JazzSí, de la calle Requesens, ‘Corazón loco’ de El Cigala y desde entonces la sigo como si fuera mi hija. Los gitanos del lugar me decían: “Es paya, pero respira, vive, trabaja solo por y para el cante, tiene coco y mucho arte, ¡llegará muy lejos!”.