Mi nombre es Gaston Macioci y desde hace cinco años soy el chófer personal de Sofía Loren. En estas memorias trataré de acercar a los lectores una faceta desconocida de mi patrona. El mundo conoce a la actriz, a la diva. Yo, por mi parte, puedo atestiguar cómo es el ser humano en sus momentos de intimidad.
En uno de mis primeros servicios para la estrella, a su regreso de un viaje a Taormina, me quedó claro que era una mujer de carácter. Fui a recogerla al aeropuerto y en cuanto se acomodó en el automóvil junto a su esposo me di cuenta de que algo había ocurrido en aquel viaje. En Taormina, Sofía Loren había recibido el afecto de sus admiradores. Siempre que esto ocurría, había heridos a causa del tumulto, y la propia Sofía, a veces, terminaba magullada; por eso tiene terror a las multitudes. Carlo trató de calmarla con palabras suaves, pero Sofía estaba fuera de sí y, encolerizada, alzaba la voz discutiendo y gesticulando. Todo esto es comprensible, porque Sofía Loren es una napolitana con un espíritu latino que se exalta fácilmente, mientras que Carlo Ponti es un sosegado milanés cargado de paciencia.
Archivo revista Lecturas
Sofía es una mujer fundamentalmente hogareña. Nadie se la imagina poniéndole las zapatillas a Carlo y, sin embargo, es exactamente lo que hace cuando él llega de trabajar. Las noches que no salen, escuchan discos, ven la televisión o juegan al póker, al que son muy aficionados. Él también se desvive por ella. Durante el rodaje de ‘Dos mujeres’, por el día de Santa Sofía Carlo hizo que llevaran al plató un enorme pastel y declaró: “¡Hoy es fiesta para todo el mundo! ¡Que nadie trabaje! ¡El día de Santa Sofía es sagrado!”. En otra ocasión, estaba reunido con varios magnates del cine y sonó el teléfono. Era su esposa: “¡Carlo, a la mesa, la sopa está servida!”. Inmediatamente, Carlo colgó, se levantó de la reunión y dijo, con una perla de sudor en la sien: “Lo siento, nos veremos luego. Sofía ya está en la mesa”.
Los vestidos de Sofía
Una vez escuché decir a Sofía: “Una actriz no puede ponerse dos veces el mismo vestido”. Por este motivo tiene miles de conjuntos. Para almacenarlos, ha hecho construir en un garaje de la piazza d’Aracoeli unos inmensos armarios-caja fuerte. Aunque nunca repite conjunto, de vez en cuando pasa revista a su colección y... ¡cuidado si descubre un agujero o un dobladillo descosido! Las únicas prendas que conserva en su apartamento son sus abrigos de piel. Sé, por una de sus doncellas, que tiene dieciocho, la mayoría de visón. Si se le rompe un tacón de un zapato, lo manda a reparar y lo almacena en su armario, pero luego no vuelve a ponérselo. Puede parecer que Sofía se gasta una fortuna en vestidos, pero no es así, pues no recurre a las grandes casas de moda, sino que tiene a su disposición a dos modistas anónimas que le confeccionan todos los trajes y viajan con ella a todas partes. Lo que sí le resulta muy caro son los sombreros. En ellos se gasta tres millones de pesetas al año.
Recelaba de la unión de su familia con los Mussolini
Después de Carlo Ponti, la persona a quien más ama Sofía es su hermana, María Scicolone. María habría querido dedicarse también al cine, pero Sofía la convenció para que no lo hiciese. “Si supieras lo que es la popularidad, no tendrías el menor deseo de convertirte en actriz”, la oí decir. Sofía sintió miedo cuando María anunció su intención de casarse con Romano Mussolini, el hijo del Duce. Se sentía impresionada ante la idea de tener un Mussolini en la familia y durante varios meses rogó una y otra vez a María que reflexionase, no fuera a cometer una tontería. No cambió de idea hasta que Romano y María se casaron y tuvieron una niña, Alessandra, por la que Sofía siente devoción. A la vuelta de todos sus viajes, el primer regalo adquirido es siempre para su sobrina.
La cocina italiana le hace perder los estribos
La cocina constituye una de las pasiones de Sofía, y debo declarar que los platos que prepara son deliciosos. Sofía confecciona pizzas grandes como mesas. Cuando está en la cocina, protegida por un delantal, considera que está haciendo algo muy importante y nadie debe distraerla. Es tanto lo que le gusta la cocina italiana que, cuando está en el extranjero, va con frecuencia a comer a restaurantes italianos, y si los guisos no son de su agrado, se producen verdaderos dramas.
Uno de ellos ocurrió cierto día en Hollywood. Sofía y Carlo estaban deseosos de comer uno de sus platos preferidos, que consiste en pasta de sopa y judías, cocidos juntos. Para ello acudieron a un restaurante italiano, considerado el mejor de la ciudad de Los Ángeles. Resultó ser tan malo que Sofía se puso en pie, insultó al chef y le dijo: “Usted deshonra Italia”. La actriz es tan exigente con los platos italianos que, hallándose en París, en el hotel Jorge V, ella misma bajó a la cocina a preparar los espaguetis para evitarse disgustos.
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Se ha construido un cine en su mansión de Marino
La verdadera riqueza de Sofía y Carlo es su villa de Marino, a 20 km de Roma. Carlo la compró para Sofía. “Te prometo que tendrás la casa más bonita del mundo”, le dijo. Tiene el aspecto de una fortaleza del siglo XVI y fue construida por un príncipe de la Iglesia. Cuenta con cincuenta habitaciones y está rodeada por decenas de hectáreas de terreno. Cuando Ponti la adquirió estaba en muy mal estado, y hubo de gastar millones para hacer de ella lo que es hoy. Se encuentra allí cuanto uno pueda imaginar.
Lo mismo que en el apartamento de Roma, el mobiliario es de época, y cada pieza, una obra maestra elegida con esmero. El suelo es de mosaico, las mesas de mármol... Sofía ha hecho construir en Marino una sala de cine que le ha costado casi 3 millones de pesetas.
A Sofía le encanta el cine, pero no puede ir con tranquilidad; por eso, cuando está en Marino, hace que se proyecten diariamente películas, en especial de Marilyn Monroe, por la que sentía verdadera adoración. También hay en la villa una piscina de 60 metros de longitud. Tiene una forma un tanto extraña, porque en el lugar en que Sofía quiso construirla había un hermoso manzano. Para no derribar el árbol, Sofía hizo que el borde de la piscina lo contornease. “A mí, que no he sido nada en mi juventud, esta casa me concede una especie de tradición”, ha dicho Sofía sobre su mansión.
Una mujer deseada que recibe cada día 400 cartas
Sofía es muy celosa. Una vez leyó en un periódico que Ponti había estado hasta altas horas de la noche con una actriz. Pálida por la cólera, hizo un viaje de ida y vuelta para aclarar el asunto, que se trataba solo de una reunión de trabajo. Por su parte, ella recibe a diario unas 400 cartas. Las tres cuartas partes son de hombres locos por ella. Le piden que se case con ellos y le hacen notar que Carlo es feo, calvo y lo bastante viejo como para ser su padre. Cuando la carta es absurda o divertida, la guarda para enseñársela a Carlo.
Pero lo más curioso es que Sofía recibe por correo proposiciones amorosas de actores muy conocidos. Eso la molesta y, cada vez que sucede tal cosa, exclama: “¡Pobre idiota!”. Yo mismo he visto a Cary Grant, por ejemplo, hacerle la corte a Sofía. Ella siente una gran simpatía hacia el actor desde que rodaron juntos ‘Cintia’. Y creo que Cary Grant debió juzgar erróneamente esa simpatía, porque cuando concluyó el rodaje de la película y ella regresó a Roma, él la llamaba desde América y le enviaba regalos. En el mundo del cine, nadie ignoraba que Cary Grant se había enamorado de Sofía, pero ella aparentaba no darse cuenta de nada y al final el galán desistió.
Los bombones románticos de Peter Sellers no funcionaron
Otro de los hombres a los que he visto perder la cabeza por ella es Peter Sellers, con quien Sofía filmó ‘La millonaria’. Concluido el rodaje, Peter Sellers me pidió mi dirección diciendo que iría a verme. Así lo hizo. Para mi sorpresa, me explicó que estaba muy disgustado porque Sofía se encontraba muy atareada y no podía recibirlo. Mi situación era un tanto embarazosa, porque no formaba parte de mi trabajo escuchar las lamentaciones de los hombres enamorados de mi jefa. Al día siguiente, Sellers volvía a llamarme, para preguntar: “Gaston, ¿cree usted que la madre de Sofía me conocerá?”. Le respondí que no me cabía la menor duda de que lo conocería. “Entonces, venga inmediatamente, porque tengo que hacerle un regalo”. Fui al hotel Excelsior y él me entregó una enorme caja de bombones para que se la diese a doña Romilda. Cuando lo hice así, ella quedó muy sorprendida y comprendió perfectamente que el célebre actor intentaba ganarse las simpatías de ella para que le resultase más fácil conquistar a la hija. Pero ni así obtuvo ningún resultado favorable.