Pilar Eyre

Pilar Eyre

Leonor y Sofía
GTRES

Sofía vive su gran día con la insólita presencia de sus dos abuelas

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Pilar Eyre

Periodista y escritora

Despacho de doña Letizia. Hace un par de semanas. Preparativos para la graduación de Leonor. “Señora, están llamando los periodistas”. “Querrán saber los detalles del acto, ¿verdad?”. “No, señora, solo les interesa saber si acudirá también doña Sofía”. Mismo lugar, la semana pasada. Preparativos de la confirmación de la infanta Sofía. “Señora... los periodistas no dejan de llamar”. “¿Para qué?” “Para saber si va a asistir la reina emérita”. Esta semana, mismo lugar. Preparativos para la boda de Jordania. “Señora, los periodistas...”. Letizia (con tono exasperado). “Sí, ya, quieren saber si va mi suegra ¿no?”. Funcionario. “sí, señora, pe... pero no llore, por favor... ¡Se- ñora, señora!”.

Es así. La presencia de la reina emérita es un gran incordio, hablando en plata. Ya puede la familia real organizar ceremonias que funcionan con la precisión de un reloj suizo, ya pueden estar simpáticos y dicharacheros, que de lo único que hablaremos será de la reina Sofía, de su presencia o de su ausencia, y para las dos posibilidades hay multitud de interpretaciones, hipótesis, rumores, y, en ese tablero estratégico que es toda familia real, cada movimiento cuenta con sus detractores y sus partidarios. ¿Por qué produce este profundo malestar la presencia de Sofía, una incomodidad palpable hasta en el lenguaje corporal de su nuera? Cuando está la suegra presente, Letizia multiplica sus gestos, hace muecas, se la ve nerviosa, alterada, excitable, da saltos, empuja, corre, una actitud que se contagia a sus hijas y a todos los demás. En la confirmación causaba pasmo el baile de sillas, yo me pongo aquí, tu allí, agarra a la abuela, suéltala... La misma doña Sofía apeaba por momentos su sonrisa eterna de Mona Lisa y dejaba ver la máscara griega de una tragedia de Sófocles. Y qué decir del desconcierto de las nietas, que ya no sabían qué hacer, y de la tensa situación del resto de los miembros de la familia. 

Letizia, Sofía y Leonor
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Después del rompan filas del posado, una campechana reina Sofía se apresuró a enganchar del bracete a su consuegra como si fueran a bailar una muñeira, unas muestras exageradas de afecto que nunca hemos visto que dirigiera ni a su hermana ni a sus propias hijas. Como lo hizo delante de Ana, la actual mujer del padre de Letizia, a la que no dirigió ni una mirada, nos dio la impresión de que actuaba por solidaridad de sexo, algo fuera de lugar pues al parecer el novio de Paloma también estuvo en la celebración posterior. La gran pregunta sería por qué la reina Sofía irrita a su familia y despierta tanta curiosidad en los periodistas. Yo creo que es por su extraña relación con Juan Carlos ya que, a estas alturas de la película, todos sabemos que su vida conyugal está rota desde hace cincuenta años y vemos como cada día aparecen nuevas amantes, hijos secretos e irregularidades económicas. Y mientras sean matrimonio tenemos la sensación de que Sofía es cómplice o consentidora. Si no es así, si ella no sabía nada, si ha sido humillada públicamente y además engañada, ¿por qué no toma la decisión de divorciarse? ¡No será porque no haya divorciados en la familia! Tampoco será porque Juan Carlos se niegue, ya que hasta tres veces se lo ha pedido y Sofía, según Peñafiel, al menos una vez respondió: “Jódete, no me pienso divorciar nunca”. 

Y no es que la reina siga enamorada de su marido, como nos quieren dar a entender algunos periodistas románticos, según mis informaciones si bien ha sufrido mucho en la actualidad no siente otra cosa que absoluta indiferencia. Tampoco es el tema religioso el que le impide divorciarse, ya que tanto la iglesia ortodoxa como la católica (la reina sigue ambos cultos) lo autorizan siempre que haya flagrante adulterio. Lo cierto es que cuando oímos hablar con tranquilidad a Corinna, la “segunda esposa” de Juan Carlos, de los años que pasaron conviviendo y de los regalos que le hizo, cuando escuchamos a Bárbara y esas escenas íntimas en su casa, cuando nos detallan sus juergas y sus tropelías económicas y ese mismo día vemos el rostro imperturbable de Sofía en algún acto, sonriendo como si no pasara nada, no sabemos si sentir pena o aversión. Y desearíamos verla dar un golpe en la mesa diciendo “hasta aquí he llegado”. Todas las mujeres de España, incluida Letizia, estoy segura, aplaudiríamos que la reina tomara una decisión e hiciera pública la separación de su marido. La apoyaríamos y serviría de ejemplo a tantas víctimas que no se atreven a romper un matrimonio después de toda una vida de humillaciones y desprecios porque piensan que son mayores y ya no vale la pena. 

Paloma, Sofía y Letizia

¡La dignidad no tiene fecha de caducidad, señora! La corona está asentada, su hijo y su mujer la defienden con solvencia, y su nieta también, y ahora ha llegado el momento. ¿Verdad que usted no va a vivir en Abu Dabi y que él no lo va a hacer en Zarzuela nunca más? ¿Verdad que no tienen trato ninguno? ¿Verdad que a él lo siguen visitando antiguas amantes y usted lo sabe? Pues aclárelo, estamos en el siglo de los gestos y la comunicación. Solo con unas palabras conseguiría usted ganarse el respeto de los suyos y también de todos los ciudadanos. Sea sincera, diga la verdad, clarifique su forma de vida en un ejercicio de trasparencia que a todos nos aliviaría. A su nuera, también. 

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