El lunes de la semana pasada Jordi González perdió la visión repentinamente. Él mismo me explicó que estuvo a punto de quedarse ciego de forma muy gráfica: “La retina de mi ojo izquierdo tuvo a bien desprenderse, la muy hija de p…”, unos síntomas que, por desgracia, supo interpretar, pues el año pasado le ocurrió lo mismo, pero en el ojo derecho. Ambulancia, hospital y operación de urgencia. ¡Nadie estaba seguro de los resultados! ¡Los pensamientos más negros rondaban por su cabeza! Después de tres horas de quirófano, con un ojo tapado, siguió en absoluto reposo. Pero está mejorando y me envía la foto en plan pirata que ilustra esta columna. “Publícala, si quieres, para que se vea que, aun con este contratiempo, no me amilano ni estoy triste”. Al parecer, este tipo de percances pueden afectar a los operados de miopía –una intervención que González se realizó hace algunos años– y a los que soportan también luces tan fuertes como los focos de un plató. Aunque nunca hay momento bueno, el problema ha llegado a su vida de forma muy inoportuna, cuando Mediaset había dado luz verde a un programa potente y atractivo de entrevistas, debate y actualidad periodística, en prime time, que debía presentar Jordi, el periodista más capaz para este tipo de formato. Me lo cuenta con cierta rabia: “Estaba bendecido ya, a punto de salir. Pero ahora estamos pendientes de ver qué pasa con mi recuperación”. ¿Pues qué va a pasar? Que te quedarás como nuevo y triunfarás como has hecho siempre, desde que te conocí hace casi treinta años bajo aquella palmera que tu convertiste en bosque frondoso; como todo lo que tocas, compañero del alma.