¡Menos mal! Me llegaban noticias preocupantes del gran Raphael, que si en Barcelona la semana pasada estaba afónico, que si no alcanzaba las notas altas, que si se perdía… aunque su público, compuesto por sus más aguerridos fans (espero que no me lapiden), había aplaudido hasta romperse las manos.

Rezando, esperé su primera actuación en Sevilla, ¡pues lo mismo! Sus seguidores susurraban, “viene ronco del Liceo”, “será faringitis, alergia, un resfriado…” Con evidente profesionalidad y esfuerzo cantó el repertorio completo, pero tuvo que retirarse tres veces a aliviarse la garganta según deducían los que lo conocen y lo siguen desde hace años. Que son los más afectados por esta situación, hasta el borde del llanto, “es testarudo, no hace caso a nadie… a los 74 años no se pueden realizar esas giras monstruosas, dos por España y dos por América al año…” Menos mal que en su segundo concierto en Sevilla se había recuperado y volvía a ser el de siempre, visceral pero administrando su voz como solo saben hacer los maestros. Pero sus fieles, que no fanáticas, se quejaban, “que alguien le diga que baje el ritmo, como hace Julio Iglesias…” Y yo les respondo qué más quisiera Julio que tener las galas de Raphael y que él cantaría, no en cien ciudades, sino en mil. Y así, como hace cuarenta años, ¡sigue la eterna rivalidad Raphael y Julio, Julio y Raphael!

Ay, aquellos tiempos en que un grupito de chicos pagados por los representantes iba al aeropuerto a meter ruido con pancartas que llevaban a un lado una foto de Julio y al otro la de Raphael, y a veces se equivocaban, pero la prensa amable lo tapaba porque entonces todos éramos pobres y felices.