Difícilmente se borrará de nuestras retinas el trotecillo alegre de Leonor corriendo hacia su madre en el puerto de la Ciudad de Panamá, ese abrazo apretado de la princesa, fortalecida por el ejercicio y la vida al aire libre, y una reina menuda y fascinante. En ese abrazo, que duró interminables segundos, los ojos de Leonor estaban cerrados y los de Letizia abiertos y chispeantes. Las enfocaron tan de cerca que pudimos advertir hasta los menores detalles, los clips que llevaba Leonor para sujetarse el moño, un prodigio de habilidad estilística, lo bien que le queda el uniforme, la hora de su reloj digital y que, asombrosamente, está menos bronceada que su madre. Letizia, por su parte, lucía su habitual melena con el mechón canoso, iba sin maquillar, sencillamente vestida con una camiseta y unos tejanos blancos, de hecho, era la madre que iba más casual, pero su emoción emocionaba.
¡Cuatro meses sin ver a su hija, sufriendo por ella! Me imagino a Letizia, tan meticulosa en todo, consultando cada día el parte del punto de navegación, si hay calma chicha, galerna, quizás incluso ha tenido que poner buena cara en una recepción temiendo que su hija se esté enfrentando a una tormenta de imprevisible desarrollo, y a lo mejor en algún momento se habrá preguntado ¿vale la pena?
¿Qué dijo Leonor?
Porque cuando la mayoría de las chicas a su edad están disfrutando de su entrada en la vida adulta, viajando con sus amigos en plan mochilero, yendo a discotecas, bailando en la playa las noches de luna llena o besando a un muchacho como si el mundo no existiera, Leonor tiene que convivir con 76 compañeros desconocidos, en un ambiente ajeno, puesto que nunca antes la habíamos visto navegar, y separada de todos, familia, amigos, país, vagabundeos y diversiones. Claro que tiene un horario de trabajo y horas de descanso, pero todo ello en los 113 metros de eslora que mide el Juan Sebastián Elcano, siempre viendo las mismas caras, excepto en las escalas que ha realizado en Brasil, Uruguay, Chile, Perú y ahora Panamá.
Y aquí han venido los problemas precisamente, en esos escasos períodos de libertad en los que Leonor ha tratado de comportarse como una chica de 19 años la hemos machacado a fotos y comentarios, como si fuera una libertina. Nadie ha hablado de su comportamiento a bordo cumpliendo sus duras obligaciones de guardiamarina, sino que le reprochamos esa cerveza que se tomó en Brasil. Y sus imágenes en bikini en Chile. Y especulamos sobre si ese chico guapo que tantas veces vemos a su lado es su novio. Y en las redes sociales le leen los labios y afirman que poco antes de desembarcar ha dicho mirando al cielo “joder, la puta nube”. Y si fuera así, ¿qué pasa? ¿No decimos todos palabrotas? ¿No es normal que a estas edades te enamores? ¿Y que te guste ir de fiesta?
Apoyo mutuo
Cuando Letizia y su hija en el puerto panameño al fin se separaron, se pusieron a hablar, pero estaba claro que se sabían fotografiadas por decenas de cámaras y eso hacía que perdieran esa naturalidad espontánea del primer momento. Después Letizia conversó con los mandos de Leonor y se adivinaba que alababan el comportamiento de la princesa, porque ésta bajaba la vista con timidez y Letizia, como todas las madres en esta tesitura, se sentía complacida y orgullosa, aunque procuraba disimularlo con sonrisas y muchos gestos de manos. Después se fueron juntas y entrelazadas, y no se sabía quién de las dos era la madre y cual la hija. Seguro que Letizia ha recorrido 8.000 kilómetros (en vuelo regular) para intentar llevarle consuelo a Leonor, que desde que cumplió la mayoría de edad es un poco menos suya porque pertenece también a todos los ciudadanos representados por su gobierno, pero solo una madre puede curar el alma de una hija y eso se notaba en la forma en que se abrazaban. Pero también parecía como si Leonor quisiera consolarla por haberla dejado un poco más sola.
El orgullo de Leonor
Por la noche hubo una recepción oficial a bordo, los guardiamarinas llevaban su traje de gala y madre e hija se notaba que habían sido maquillada por la misma mano. Letizia brilló, resplandeciente en un desenfadado mono rojo y subida a unas alpargatas con plataforma, y era la reina de las grandes ocasiones. Sonriente, habladora, departió con los oficiales, pero también con las otras madres y los otros cadetes, los comentarios eran “qué ojos más bonitos tiene la reina”, “qué simpática es”, “me ha dicho que la llame Letizia”, y veíamos como Leonor la contemplaba con una sonrisa satisfecha y era ahora ella la que estaba orgullosa de su madre.
Para ellas solas tuvieron el domingo, el día de la madre. Fueron unas horas de confidencias en las que seguro que hubo lágrimas y risas. Leonor tal vez le habló de ese chico que le gusta -quizás el que le puso la mano en la espalda cuando se dirigía hacia su madre en el puerto-, de anécdotas divertidas, de las guardias, de esa tormenta que… de ese día en que los castigaron a todos porque… También le habrá enseñado las fotos que guarda en su móvil y habrá comentado el cumpleaños de su hermana y sus planes para el verano. Y luego la habrá mirado tiernamente con esos maravillosos ojos heredados de doña María, su bisabuela, y le habrá preguntado, ya adulta, ya de mujer a mujer, “¿y tú qué, mamá? Cuéntame ¿cómo va todo?”.