Boda jordana... ¿o boda flamenca? Porque cuando esperábamos ver una ceremonia rígidamente protocolaria, con toda la pompa monárquica y la rigidez solemne de sus ritos religiosos, nos encontramos con el polo opuesto. Los invitados, casi todos jóvenes, vestidos elegantemente pero a la última moda, riendo, aplaudiendo en los instantes clave, como el intercambio de anillos o el beso final, y el marco bucólico de unos jardines un poco asilvestrados, dotaban de desenfadado encanto una ceremonia que fue corta, alegre y ruidosa. ¡Se notaba que era una boda por amor! Hussein, el príncipe heredero, estaba nervioso como todos los novios mientras aguardaba a Rajwa y hablaba con su madre, una guapísima Rania vestida con esa sublime sencillez que solo dan los buenos modistos.

La novia, arquitecta de profesión, sorprendió entrando con el rostro descubierto, con el único adorno de su deslumbrante sonrisa. La televisión jordana retrasmitió la ceremonia en directo, con varios planos de los invitados. Los reyes de Holanda, el de Bélgica, los herederos de Suecia y los príncipes de Gales participaban del buen humor general, en todos los rostros la felicidad del momento había pintado una sonrisa. ¿En todos? No, todos no, porque en medio del grupo, como una isla oscura e inhóspita, destacaban las caras de Juan Carlos y Sofía, los reyes eméritos. Rostros surcados de arrugas y amargura, cuya presencia resultaba tan incongruente como un enterrador en una verbena.

Boda Jordania

Rebobinemos un par de horas. Los reyes de Jordania, Rania y Abdalá, recibían a sus invitados a la entrada del palacio. Y ahí ya se vio que Juan Carlos está cada vez en peor forma física, hasta el punto de que sin el apoyo de su ayudante se hubiera caído al suelo varias veces, a pesar de llevar bastón. Subió penosamente la corta escalera sin que Sofía le dirigiera ni una mirada, ni pretendiera auxiliarle. De pronto se armó un pequeño lío con el bastón y su mujer se adelantó y saludó con dos besos a Abdalá y a Rania, provocando la mirada iracunda de su marido. Cuando le tocó a él, el rey jordano le saludó cortésmente, pero Rania se apresuró a tenderle la mano para evitar el beso.

Ambos escucharon con indiferencia el pequeño discurso que Juan Carlos les dedicó. Mientras con Sofía estuvieron correctos, con Juan Carlos su actitud fue fría. Quizás hubieran preferido tener a Felipe y a Letizia como invitados. Reyes en ejercicio como ellos y además de su generación. A partir de ahí todo fue a peor entre Juan Carlos y Sofía. El rey no puede disimular la aversión que le produce su mujer, se nota en el lenguaje corporal, en los gestos y, sobre todo, en las miradas truculentas. Porque Sofía, que al fin y al cabo es reina de España gracias a Juan Carlos, disfruta de todo lo que él no tiene: el cariño de su pueblo, el respeto de la prensa y, sobre todo, vive en España,
en Zarzuela, donde él tiene prohibido alojarse. Se siente como un nómada, sin casa, sin familia, sin patria, mientras su mujer está donde debería estar él, incluso se ha apropiado de su añorado Marivent. Sofía, que se da cuenta de su aborrecimiento, finge no advertirlo y para ello tiene que hacer un ejercicio de contención impresionante. Mira a su alrededor, se observa las manos, en una ocasión, con nerviosismo, abrió un abanico, pero se notó que el rey le riñó y ella lo guardó resignadamente en el bolso supongo que pensando que se trataba de aguantar tan solo unas horas más.

Boda Jordania

Que los hubieran colocado al lado de la extravagante jequesa de Qatar no dejaría de poner todavía de peor humor a Juan Carlos, ya que se trataba de una posición secundaria. En algún momento Máxima se volvió y entabló conversación con Sofía, quizás hablándole de su hija Cristina, su gran amiga, pero la expresión adusta y huraña de Juan Carlos terminó por hacerla desistir. Cuando acabó la ceremonia, se trató de saludar entonces al nuevo matrimonio. Otra escalera, esta más larga que la anterior, que Juan Carlos bajó con expresión de profundo dolor mientras Sofía miraba el cielo, donde los aviones trazaban serpentinas de colores, sonreía a una invitada, incluso quedó unos segundos de espaldas a su marido que, rezongando, intentaba seguir el paso del cortejo.

Primero los invitados reales, después varios desconocidos... Juan Carlos, con el ayudante sosteniéndolo casi a pulso, murmuraba en voz baja, Sofía aguantaba el chaparrón. Iba regia, con su vestido de Valentino y sus impresionantes zafiros. El rey llevaba el mismo traje algo arrugado (sin chaleco) y la misma corbata de la ceremonia de París con Vargas Llosa. Da la impresión de que su guardarropa es muy precario. Fue evidente que los novios no sabían quiénes eran, aun así, saludaron a Sofía con deferencia. Juan Carlos les dirigió unas palabras llevándose la mano al pecho. La novia se distrajo con otros invitados, el novio trató de escucharlo, pero al final también apartó la vista. Desairado, el rey se perdió entre los invitados con la única compañía de su abnegado asistente, que con una mano lo sostenía y en la otra portaba un enorme e inexplicable maletín. El contenido de ese maletín es un misterio tan grande como las razones por las cuales los reyes eméritos tienen que seguir haciendo estos papeles, no sé si de comedia o drama.