Anoche soñé que volvía a Buckingham y que, de nuevo, recorría unas galerías que siempre relacioné con el escenario de unas fotografías en las que aparecía una Lady Di, vestida como un merengue, tras su boda con el príncipe Carlos. Como diría el rey Felipe, la Reina y yo cenamos el miércoles por la noche en la misma mesa que la reina Isabel II, el referente mundial de la monarquía y más si pensamos que, hasta el siglo XXII y siempre que el pequeño Jorge de Cambridge tenga una hija como primogénita, no habrá otra reina en Inglaterra. Cuando falte Isabel II, le sucederá su hijo Carlos y a éste, el príncipe Guillermo y después Jorge, aún un niño que, dada la longevidad de los Windsor, no dará el paso a una nueva generación hasta el nuevo siglo.

Son cosas que piensas cuando entras en el palacio de Buckingham con una invitación en la que figura tu nombre y que te da derecho a ser uno de los 150 comensales invitados al banquete de Estado que la reina de Inglaterra ofreció a los Reyes de España. Muchos son los llamados y pocos los elegidos, aunque en este caso han sido tres décadas dedicadas a la familia real española y, de paso, a todas las demás las que han avalado la presencia en la cena. Pisar Buckingham Palace no es cualquier cosa, porque la residencia oficial de la reina de Inglaterra forma parte de la mitología monárquica, es un icono ante el que cada año, por no decir, cada día se fotografían millones de personas pero muy pocos traspasan la verja. Si en Buckingham Palace, una vez, entró un intruso que llegó hasta la habitación de la reina Isabel, porqué no iba a entrar una periodista que, mal está decirlo, ha pisado otros palacios.

Lo primero que piensas cuando entras en Buckingham Palace es que todo es más pequeño de lo que creías, acostumbrada quizá a la magnificencia del Palacio Real de Madrid. No hay escalinata de mármol, sino una escalera cubierta con moqueta y largos pasillos que hacen que, normalmente, la comida llegue fría a los aposentos reales y las bebidas, calientes. Por lo visto, dentro de poco instalarán unos ascensores ya que, a diferencia de Palacio Real donde Alfonso XIII ordenó colocar elevadores hace casi un siglo, en el de Buckingham reyes y plebeyos siguen subiendo las escaleras. La reina Isabel tiene una edad, o varias porque ya ha cumplido 91, y su marido, Felipe de Edimburgo, suma 96 aunque de cerca está mucho más lozano que su esposa, quizá porque a pesar de su edad aún no ha perdido la curiosidad. El miércoles 12 de julio fue el único, junto a la princesa Ana, que dejó el salón reservado a las reales personas para pasearse, tras la cena, entre el resto de los invitados. Le gusta conocer gente y, sobre todo, le encanta hacerse el galán con las señoras; hasta la reina Letizia cayó rendida a sus encantos, admirada de las entretenidas historias que le contó.
Para celebrar un banquete de gala en el salón de baile del palacio de Buckingham Palace, decenas de empleados trabajan durante semanas y hasta un mayordomo pasa casi tres días plegando las servilletas con unas formas que las convierten en una flor. Hay que pulir la vajilla y la cubertería de plata sobredorada que data de la coronación de Jorge VI a principios del siglo XIX y hay que tratar con extremo mimo los platos de porcelana con el anagrama VR, correspondiente a Victoria Regina, que tienen más de un siglo. Como puede comprobarse, los ingleses lo guardan todo y, a lo largo de los siglos, han ido acumulando cuberterías, vajillas y cristalería de los antecesores de Isabel II que, lógicamente, sacan cuando tienen visitas.
La de los Reyes de España ha sido una visita especial, solo es preciso ver la forma en la que la reina Isabel miraba al rey Felipe, quizá pensando en el hijo que pudo ser, y la dedicación que la reina Letizia ha mostrado hacía el duque de Edimburgo. Aunque casi podrían ser sus abuelos, Isabel II y Felipe de Edimburgo son los homólogos de Felipe y Letizia y así les han tratado. La monarquía británica tan amante de las tradiciones ha desplegado todos sus efectivos para recibir y agasajar a los reyes de España y, además, ha evitado batallas inútiles entre Letizia y Kate Middleton que ni se han rozado.