Jorge Javier Vázquez

Jorge Javier Vázquez

Rocio jurado
Tres

Sueño con Rocío Jurado y le pregunto si tiene miedo a la muerte

Me despierto de la siesta del sábado soñando con Rocío Jurado. Seguía viviendo en Badalona, en el octavo tercera del barrio de San Roque. Salía Rocío del ascensor y, al escuchar que la señora Carmen –la vecina del octavo primera– estaba escuchando ‘Como yo te amo’, llamó a su puerta y se puso a cantársela con ese torrente de voz tan bestial que tenía. Y la señora Carmen –que todavía sigue viva, debe andar por los 95– flipaba, claro. Y llamo a su marido, el señor Luis –ya fallecido–, que estaba con un pijama de pantalón corto viendo la tele en un cuarto, y al ver a la Jurado se abrazó a ella como un niño. Luego ya Rocío se vino a mi casa e intercambió un pescado con mi madre. Mi madre le dio uno de más de regalo argumentando que le sobraba, y la otra lo aceptó muy gustosa. Le dije yo a la cantante: “¿Tienes miedo a la muerte”. Y ella me respondió que, como siguiera por ese camino, me dejaba de hablar. Y yo le contesté que no debía temer nada, que ella era todo luz y que todavía no era consciente de hasta dónde iba a llegar con su trabajo. He vivido el sueño de una manera tan nítida que me he despertado con un dolor de cabeza importante.

Estos días estoy pensando mucho en el más allá, porque el más acá me decepciona cada vez más. Me preguntan los de infoLibre por la crisis sanitaria del coronavirus y les digo que me ha dejado una profunda decepción personal. Porque hemos perdido una gran oportunidad para salir reforzados como país. Teníamos un enemigo común a batir y nos hemos dedicado a pelearnos entre nosotros, a ahondar en nuestras diferencias mientras el virus sigue campando a sus anchas fomentando la incertidumbre, la desigualdad, el miedo y la pobreza. Todavía no hemos salido de esta crisis y estamos más divididos que nunca. Creo que siempre estamos a tiempo de cambiar. Yo he decidido no seguir el juego de los que fomentan la división sean del lado que sean. En algún momento, tenemos que decir: “Conmigo, no contéis”. Porque la gran revolución comienza de una manera íntima. Dejar en manos de los demás que el mundo cambie es algo infantil. Todavía podemos hacerlo, tenemos todo el día de hoy porque la vida nos está enseñando que preocuparse por el mañana es una pérdida de tiempo. Ya no existe el trabajo fijo, el sueldo para toda la vida, la estabilidad. No existe nada. Nos están brindando la oportunidad de empezar de cero y acabar con todo aquello que nos ha empujado a llevar una existencia tan acelerada como poco fructífera. Volver a lo de siempre –las prisas, los viajes a ninguna parte, vivir sin darnos cuenta– nos llevará de nuevo al cataclismo. Hay que parar para recapacitar. Aunque duela. Seguir navegando sin rumbo es volver a la esclavitud de una realidad que nos anestesiaba.

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