Se ha escrito mucho sobre el tema, pero nunca será suficiente. Entierran a Almudena Grandesy al alcalde de Madrid se le fotografía en ese mismo momento inaugurando un parque y a la presidenta de la comunidad en un belén. Ni una sola mención a la desaparición de la escritora. Por un lado, es lógico: para homenajear a Almudena Grandes hay que conocer a Almudena Grandes. Dudo que ni el alcalde ni la presidenta de la comunidad hayan leído un libro suyo. Quizás la despreciaban por roja. Ellos se lo pierden. Almudena era una novelista excepcional, ahí está un legado que permanecerá para siempre. A ver qué queda para la posteridad de los otros.

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Pero, aparte de ser una novelista de una indiscutible valía –de lectura obligada ‘El corazón helado’ o ‘Los aires difíciles’–, era una amante de su ciudad, Madrid. Yo amaba Madrid sin conocerla, pero leyendo sus libros aprendí a quererla más. Solo por el amor que profesaba a su ciudad y que trasladó a tantísimos millones de lectores merecía al menos un guiño tanto por el alcalde como por la presidenta. Pero no. El uno y la otra sostienen que una persona que no piensa como ellos no merece sus respetos. El “Muera la inteligencia” de Millán-Astray está más vivo que nunca. Nos queda soportar a dirigentes de brocha gorda, escaso tacto y palabrería tan grandilocuente como absurda y vacía. “Se ha muerto una roja. Una menos”, habrán pensado. Ellos, desde luego, no engañan. Luego que no nos sorprenda en qué pueda llegar a desembocar todo esto.