Jorge Javier Vázquez

Jorge Javier Vázquez

Reyes eméritos Juan Carlos y Sofía
Gtres

No quiero reyes como Juan Carlos y Sofía

Recuerdo que en el 92, cuando los Juegos Olímpicos de Barcelona, alguien comentó en mi casa que conocía a un escolta que aseguraba haber visto pelearse a don Juan Carlos y doña Sofía en el aeropuerto de El Prat. Con muy malos modos, además, y dando la impresión de que no era un encontronazo aislado, sino que directamente no se soportaban. Si estas cosas se escuchaban en un hogar cualquiera de clase media, qué no se sabría en las redacciones de los periódicos.

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Reina Sofía

Vuelvo a ‘Yo, el Rey’, de Pilar Eyre. La semana pasada escribía sobre el rey emérito y esta me toca sobre la reina Sofía, que es otra de las grandes protagonistas del libro. Y no para bien, precisamente, porque esa imagen angelical que la prensa ha ido construyendo laboriosamente sobre la Reina la destroza sin compasión Pilar Eyre en su última obra. No hay lugar para la empatía. Los aduladores de la reina Sofía ensalzaban su paciencia, su profesionalidad y esa regia generosidad aprendida durante generaciones para soportar las infidelidades del marido. Así, el Rey era un simpático pichabrava y la Reina una pobre infeliz que todo lo aguantaba porque estaba profundamente enamorada. Pero ha venido Pilar y ha enviado a tomar por saco esa imagen tan celestial de doña Sofía.

Porque, según Eyre, la Reina es una mujer ávida de poder que no duda en aguantar las mil y una humillaciones con tal de seguir conservando su estatus. Antipática, altiva, clasista y reaccionaria son algunos de los calificativos que distinguirían su carácter. No está la vida como para seguir creyendo en cuentos de hadas. La sociedad no tolera más engaños y tiene todo el derecho a saber quién hay detrás de cada institución. Sin medias tintas, sin medias verdades, sin imágenes prefabricadas. No quiero reyes como Juan Carlos y Sofía. En un mundo que está luchando contra una devastadora pandemia no deberíamos dar ni aceptar nada por sentado. No hay nada más anacrónico que una adhesión inquebrantable. Desconfiemos de aquellos que gritan: “Viva el Rey”, sin ton ni son. En el fondo desean que todo permanezca inalterable para seguir manejando con soltura los tenebrosos hilos de un mundo oscuro y corrupto.

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