Se ha casado María Patiño en Sri Lanka y, cada vez que la veo vestida de novia, me viene a la cabeza aquella noche de hace veintitantos años en un bar de Marbella. También iba vestida de blanco, aunque con pantalones. Bailaba y reía como si no hubiera mañana. María sigue siendo la niña de entonces, aguerrida, disparatada, divertida sin proponérselo, una loca bajita. Una de las cosas que más me gustan de ella es su ingenuidad. Le puedes contar que has llegado tarde porque te ha entretenido el Papa Francisco al teléfono proponiéndote como arzobispo de Constantinopla y ella no solo se lo cree, sino que te aconseja. A veces, me quedo mirándola en los programas en los que trabajamos juntos y, al caer en la edad que tenemos, me doy cuenta de lo rápido que va todo esto. La época de Marbella era divertida porque vivíamos el presente y pensábamos muy poco en el futuro. Ahora, me gustaría sentarme con María y preguntarle qué hacemos, hacia dónde vamos. Porque me gustaría saber si ella también echa en falta ese cuerpo con ganas de aventura que teníamos todas aquellas noches.