Salgo pitando de la fiesta porque he quedado con César para ver “La función por hacer” en el Teatro Pavón Kamikaze. Llego tarde cuatro minutos, cuatro, y la función ya no está por hacer sino que está haciéndose. No podemos entrar. Mal rollo porque ya no queda ninguna entrada para el resto de representaciones así que nos vamos a cenar para combatir el disgusto. Después de la cena paseamos por el centro de Madrid con la intención de tomar algo pero la ciudad y los bares están vacíos. Caminando por la calle Hortaleza vemos una iglesia abierta y nos da tan buen rollo que entramos. Un cartel en la zona de los confesionarios me llama la atención: “Aquí, si tienes problemas de audición el sacerdote te escucha. El sacerdote, en vez de hablar en voz alta, lo puede hacer a través de una aplicación de la Tablet por escrito”. Muy buena idea. Pero si además la Iglesia accediera a confesar por mail me hacía socio. Mientras le hago una fotografía al cartel escucho a César pronunciar mi nombre. En un primer momento creo que me va a echar la bronca pero lo que sucede es que quiere advertirme de que el Padre Ángel en persona quiere saludarme. El Padre Ángel es lo más cercano a Dios que conozco: está en todas partes. Como Juan Peña. Y es que resulta que esta iglesia, la de San Antón, pertenece a Mensajeros de la Paz. El Padre Ángel pide hacerse una fotografía conmigo y yo accedo por sus posibles conexiones celestiales. César y yo volvemos a casa imbuidos de una agradable paz interior. La providencial aparición del Padre Ángel nos elimina las ganas de intentar hacer cosas malas en la siempre inquietante noche madrileña . Milagro.