Estoy enganchado a esta edición. Me encanta que esté provocando tanto revuelo porque al fin y al cabo los que trabajamos en televisión queremos conseguir eso: llamar la atención. Como presentador estoy viviendo sensaciones similares a las que experimenté en el 2011, cuando cogí las riendas del programa. Los concursantes están participando con pasión. Viven las nominaciones con angustia y las expulsiones con desesperación. Siempre lo digo: lo bueno que tiene Supervivientes es que es imprevisible. ¿Quién nos iba a decir que le íbamos a coger cariño a Miriam, la novia de Carlos Lozano? En el concurso empezó con muy mal pie y acabó conquistándonos. Y el viernes, en Sálvame Deluxe, terminó enamorándonos. Producía mucha tristeza y compasión ver a una muchacha deshecha en lágrimas intentando preservar su amor frente a un universo poblado de elementos adversos: Mónica Hoyos, comentarios malintencionados. Contó que era muy feliz en Lima viviendo con Carlos en un departamento muy pequeño y nos enterneció la escena porque ofrecía una imagen del amor idílica, la del “contigo pan y cebolla”. La felicidad de las pequeñas cosas. “Pero Carlos –siguió explicándonos- me decía que tenía que volver a la televisión porque no sabía hacer otra cosa” . En Madrid, inmersa en una vida mucho más lujosa que la de Lima, Miriam ha encontrado la desdicha. Una existencia plagada de intrigas que la están afectando más de lo que imaginaba. Les vaticino un futuro complicado. Miriam exige amor con el ímpetu propio de la juventud pero la madurez de Carlos puede chocar con la intensidad de la muchacha. Ojalá me equivoque porque la ingenuidad de Miriam me cautivó.

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