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Precisamente tenía a Risto y a Paolo Vasile bien ubicados desde el escenario en el estreno de mi función. Qué tensión se acumula en un estreno aunque no te das cuenta hasta que acaba. Aparentemente, solo estás concentrado, muy alerta. Pero, en realidad, estás tan nervioso que parece que estás flotando en otra realidad. Controlaba el texto, pero cuando tenía que coger el micrófono para cantar, me temblaban tanto las manos que para que no se me notara lo cogía con las dos. Luego, Juan Carlos Rubio, el director, me tranquilizó: “Habéis hecho una función estupenda. Y de verdad que no se te notaba lo del micro”. Supongo que tener enfrente a Risto y a Paolo incrementó mi acelere. También ver a mis amigos del alma, Adrián y Óscar, taparse los ojos en mi primer número musical. Luego, me confesaron que les daba apuro verme hacer según que cosas, pero que al mismo tiempo pensaban “qué morro le echa”, y eran incapaces de dejar de mirar. Para un estreno, mi panorama no era muy halagüeño: cantar delante de Risto, tener a mi superjefe delante y mis amigos del alma tapándose los ojos. Hubo un momento que desconecté y me dije: “La hemos cagado”. Pero no. El público salió encantado y las críticas están siendo estupendas. De un día para otro han desaparecido los sarpullidos del cuello y del brazo, y ahora solo tengo ganas de que lleguen los lunes para subirme al escenario del Rialto.