Discutir en una relación es algo natural. De hecho, es saludable cuando se hace de forma respetuosa y asertiva. Comunicar al otro lo que nos molesta, lo que nos duele o lo que necesitamos mejorar en la relación es esencial para construir un vínculo saludable. Pero ¿qué pasa con todas esas pequeñas discusiones tontas que mantenemos a lo largo del día por cosas como los platos sucios, la ropa por el suelo o las migas del pan en la mesa?
La psicóloga Elizabeth Clapés, nos explica en el podcast que comparte con Alicia González algo que resulta completamente revelador: No tienes derecho a manifestar todos tus enfados. Aprender a identificar qué batallas merece la pena luchar es tan importante como comunicarnos de forma asertiva si queremos construir una relación saludable.
Exposición constante
Como explica Clapés, “cuando estás con alguien 24 horas, 7 días a la semana, 365 días al año, cuando compartes vida con alguien, es muy difícil que no te molesten muchas cosas de esa persona”. Y no se refiere solo a los grandes asuntos de la relación, sino a las minucias más pequeñas. Una cama sin hacer, una toalla mojada sobre el colchón, una chaqueta sobre el sofá. Estos pequeños detalles acaban molestándonos, y ese enfado, nos explica, no tiene nada de malo. Pero manifestarlo no siempre es legítimo.
“Hay gente que opina lo contrario, y es superrespetable”, expone en su podcast la psicóloga, “pero yo defiendo mucho que tú no tienes derecho a manifestar por todo lo que te enfadas”. Como explica Clapés, esto no significa que el enfado en sí mismo no sea legítimo. “Tienes derecho a sentirlo todo”, aclara. Pero una cosa es lo que sentimos, y otra lo que hacemos.
Alicia González, que la acompaña en este podcast, completa la idea con mucho acierto: “Todos los sentimientos y todas las emociones están permitidos, pero todas las actitudes y las actuaciones no”.
Para ambas expertas, la clave está en elegir bien qué batallas merece la pena luchar y cuáles no. Y para hacerlo, hay que afinar el filtro.
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Un filtro bien desarrollado
“Tener a una persona al lado que se queda constantemente es agotador”, agrega González para explicar por qué manifestar nuestro enfado cada vez que lo sentimos puede desgastar el vínculo. “¿Quién va a querer a alguien así a su lado? Es insostenible”.
Pueden sonar duras estas palabras, pero si lo pensamos, están cargadas de razón. Todos tenemos nuestras pequeñas manías, nuestros pequeños pecados concedidos, y tener a alguien al lado para “la que todo o casi todo lo hago mal o le resulta irritante”, continua González, no es sostenible.
En este sentido, recoge Clapés, es importante “filtrar por qué te enfadas”, ya que, asegura, “es muy probable que haya pequeñas cosas del día a día que te molestan constantemente, pero tú no puedes hacer un Cristo de todas ellas”.
Es decir, debemos saber discernir que enfados deben ser manifestados y cuáles no. Y si sigues sin ver claro por qué deberías hacerlo, la experta lo deja claro con un ejemplo: “Imagínate que yo dejo a mi pareja ahora y él rehace su vida con otra mujer. A mí me puede molestar eso, me puede doler, pero yo no tengo por qué ir a mi pareja a recriminárselo, porque no tengo derecho”.
Su conclusión, por tanto, es clara: “Tienes que filtrar por qué te enfadas, porque no todo enfado es válido para sentir sí, pero no es válido de ser manifestado”.
Elige bien tus batallas
Para evitar caer en el vicio de la queja, la psicóloga Alicia González nos invita a pensar en el resultado de cada enfado. Si el objetivo es solucionar un problema realmente importante en la pareja, merece la pena abordarlo. Si tan solo quieres desahogarte y acabas quejándote por todo, tendrás que atenerte a las consecuencias. Además, añade, “hay una manera muy buena de saber discernir si es una discusión que va a ser positiva en cuestión del resultado, es esperarte. Esperarte a que te baja el calentón”.
Clapés completa la explicación con un ejemplo personal. Ella se confiesa amante del orden, algo que su pareja no siempre consigue satisfacer. A veces llega a casa y se lo encuentra todo por medio, pero antes de reaccionar, respira, y elige no enfadarse. “Cojo aire y digo, por esto no me voy a enfadar. Hoy no”. En lugar de eso, se acerca a su pareja y decide hacer un solo comentario: “Cariño, te has dejado la toalla sobre la cama. Por favor, no te dejes la toalla sobre la cama porque está mojada y humedece el colchón”.
No permite que el enfado vaya más allá, porque sabe que no merece la pena. “¿Cuántas veces te crees que yo he dicho esto en años de relación?”, pregunta a su compañera, “pero yo sé que cuando él hace eso, no lo hace de mala fe”.
Esto, por supuesto, puede convertirse en algo problemático si deja de ser puntual. “Quizá el día que sienta que estoy teniendo que ir mucho detrás de él porque lo deja todo fatal”, explica la psicóloga, toque enfadarse. “Pero me guardo la oportunidad de enfadarme para algo más importante”, como si de un ticket canjeable se tratase.
De esa forma conseguimos convertir los vínculos en espacios seguros, donde podamos ser tal como somos en realidad, sin máscaras. Y no hay nada más importante que eso.