Deportista de élite, musculoso, elevada estatura y gran atractivo… Esas eran entre otras las características físicas de Iñaki Urdangarín, aquel joven jugador de balonmano de la Selección Española que logró enamorar a la Infanta Cristina, la segunda de las hijas de los entonces Reyes de España Don Juan Carlos y Doña Sofía, con la que contrajo matrimonio el 4 de octubre de 1997.

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Iñaki Urdangarin

Si comparamos una imagen de aquella época del apuesto yerno real con una de la actualidad, salta a la vista su total y absoluto deterioro físico.

Aunque había abandonado el deporte a nivel profesional, continuaba estando en plena forma y cuidaba cada detalle de su cuerpo. Su figura resaltaba resplandeciente y luminosa en el álbum familiar. Hasta que saltó a la palestra el caso Nóos. En un plazo muy breve, apenas unos meses, justo el tiempo que pasó desde que el juez Castro le imputó por varios delitos en diciembre de 2011 y su comparecencia para declarar en el juzgado de Palma de Mallorca en febrero de 2012, su pelo rubio se había transformado en canoso, sus músculos se habían evaporado, su porte de galán estirado ya no existía y su áura de conquistador se había esfumado.

Aquel integrante del Fútbol Club Barcelona fornido y atlético había desaparecido para siempre. La gran cantidad de kilos perdidos le convirtieron en un ser flacucho enfundado en un elegante traje, que incluso parecía quedarle grande.

Ahí se hicieron públicas a nivel mundial las arrugas de su rostro, unas arrugas y unas ojeras labradas por el sinvivir de estar acusado de los presuntos delitos de evasión de impuestos, fraude fiscal, prevaricación, falsedad documental y malversación de caudales públicos.

Han pasado los años y, aunque tiene más precaución con su imagen, soportar la presión mediática, la vergüenza de las revelaciones sobre sus tejemanejes, ser apartado de la Casa Real y, sobre todo, la imputación de su esposa, la Infanta Cristina, han hecho que un adonis se transforme, casi, casi, en un zombie.