Entrevisté a Kiko Rivera en ‘Cantora: La herencia envenenada’ y lo encontré firme en su convicción de no querer trato con su madre. Estaba cabreado, dolido, molesto, airado. Pasados los meses veo a un Kiko distinto. Menos enfadado y más decepcionado. Herido. Sabe que, aunque le duela, todavía no debe ver a su madre porque entonces habrá perdido la batalla. Nada habrá valido la pena. Entiende que si la ve ella será capaz de convencerlo y toda su lucha se irá al garete. Kiko resiste, aunque no sabemos por cuánto tiempo. Hablamos con él en el loft que acaba de recuperar después de haber conseguido deshacerse de un inquilino que, además de no pagarle, le destrozó el piso antes de abandonarlo.